lunes, 28 de julio de 2008

Forrestgumpeando

Guiados por Buey de Agua Marypopins, empezamos a caminar por el noroeste de Myanmar, entre senderos de barro, plantaciones de té, jengibre, guindillas, vías de tren y arrozales; y seguimos caminando y caminando, deseando correr sin descanso porque detenerse era dejar la piel a merced de mosquitos, arañas, hormigas, garrapatas, sanguijuelas, cucarachas e incluso Insectos Voladores No Identificados.

Deseo animal


El tren Bagan-Mandalay lo sacaron de alguna película viejísima, de esas que ponen en la Filmoteca tan rayadas que no estás segura de lo que estás viendo.




En uno de sus vagones, con ocho horas por delante absolutamente solos, deseé enloquecidamente levantarme la falda hasta el cuello y agarrarme a los hierros de la litera superior para balancearme sobre él con la misma furia con la que las puertas rotas del tren batían entre sí; hasta que, un golpe más fuerte que los demás, se cerraron las persianas y nos convertimos en dos fieras enjauladas, mordiéndonos y arañándonos, empapadas de sudor, al borde de la inconsciencia, salvadas in extremis por un diluvio que se coló entre las persianas agujereadas y ahogó los gritos de placer.

Encaramados a un templo en Bagán


Al final de unas escaleras empinadas y oscurísimas aparecen en todas direcciones pagodas y estupas budistas construidas mil años atrás. No hay nadie más. Sólo se escucha el canto de los pájaros, el sonido de las hojas al ser agitadas por el viento y las campanillas de algún hti cercano. Me colaré por las fotos en Madrid.

Myanmar a flor de piel

Al oler el jabón de arroz y jazmín bajo la ducha,



reaparecen las vendedoras de guirnaldas a las puertas de la Shwedagon Pagoda, el tintineo de miles de campanillas, el sabor ácido de la lima recién exprimida en el bol de mohinga, el recuerdo de que los primeros fideos shan que probé en una tetería de Yangón,

el conductor de rickshaw que me habló sin miedo de sus noches encarcelado, la luz rojiza que transformaba al city café de Mandalay en un burdel soñado,

el despertar en un monasterio budista con los mantras recitados por monjes novicios, una noche con estrellas y luciérnagas, el sonido atronador de una tormenta monzónica,

la hoja de betel que me llenó la boca de un sabor amargo y desconocido, la oscuridad silenciosa que sigue a un corte de electricidad, el tiempo de plastelina,

una calada a un puro de hierbas birmano, las enormes montañas entre las que reposa el lago Inle, el agua empapando a una niña con una flor en el pelo en una estación…

Chapuzón (de culo) en el Manzanares

Siempre más allá de Camorritos, ascendimos a la Bola del Mundo en otra expedición mítica en la que nos cayeron encima todas las estaciones del año.

Por el camino nos adelantaron aventureros salidos de la Antártida, Felipe el Alquimista encontró setas mágicas debajo de mierdas de vaca secas, mi compi chef se sacó de la mochila unos bocatas gourmet a dos mil metros de altura e Ironman marcó el paso del descenso.

Ansiosa por bañarme en el Manzanares, no esperé a nadie y mis pies me lanzaron de espaldas, aterrizando de culo.

Pasos y pasos y muchos pasos (y chapuzones en bolas) después, con una cerveza helada me dolía un poco menos.

viernes, 25 de julio de 2008

Missing

And I miss you
like the deserts miss the rain.