lunes, 29 de septiembre de 2008

Crónica del París - Dakar

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M&M completaron el rally alcohólico del París-Dakar (Rua do Franco, Santiago de Compostela) en dos horas y 25 minutos. Piloto y copiloto ingirieron ribeiros y albariños de cuyos nombres juran no acordarse y los acompañaron de caldo gallego, mejillones, pimientos del padrón, almejas, berberechos y navajas. Los vecinos de la localidad aseguran que les vieron arrastrarse hasta el hostal de los girasoles y les escucharon gemir desde la calle. Ellos niegan rotundamente haber mantenido relaciones sexuales en semejante estado de embriaguez. Una hipótesis plausible es que lo hayan olvidado (casi) todo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Joyas fílmicas europeas

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Abren una web en la que se puede acceder a películas clásicas europeas y, ¿sorpresa? las tres más vistas son éroticas.

Me ha parecido deliciosa la música y la ingenuidad que desprende La criada coqueta, una cinta austríaca de 1908.

Vía Asco de vida

Tren Madrid - Galicia

Otro tren.
El mismo deseo animal.
Una puerta del baño entreabierta.
Y alguien esperándome.

martes, 16 de septiembre de 2008

Nipple



De Changiz Jalayer. Teherán

Vía Corazón de látex

lunes, 15 de septiembre de 2008

Dormir en compañía


¿Puede la energía eléctrica llenar el vacío de una ausencia humana?

Vía Francesca Lanzavechia

El Alejandro Sanz chino

Entre mordisco y mordisco y speed-dating en la bocatarsis, al lado de Elisa y su inolvidable ají de gallina, apareció un profe de tai chi que no hablaba español, un periodista del mayor diario chino en España, una bailarina, una pintora de caligrafía y Sergio, alias Chen Hai Sheng.

Con tupé ochentero y vestido con una camisa roja bordada en oro de 18 kilates "que trae suerte" y una americana blanca, Sergio se autodefinió -para que lo entendiésemos- "como Alejandro Sanz para los chinos". Hasta que actúe en directo en el Año Nuevo chino, tenemos un vídeo:

Una polla empalmada al otro lado del teléfono

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Un riiiiiiiiiiiiiiing me saca del sueño. Es la una de la madrugada y un amigo del que hace meses que no sé nada está empalmado al otro lado del teléfono. Lejos de su mujer, en la habitación de un hotel de cinco estrellas.

Dormidísima, respondo con cuatro monosílabos afirmativos a las preguntas de ¿puedes hablar?, ¿estás sola?, ¿estás en la cama? y ¿estás desnuda? Le digo también que sí cuando pregunta si nos masturbamos y por la voz entrecortada imagino que él ya ha empezado a tocarse. “Tengo el cipote tan duro que me duele. ¿Me lo chuparías? ¿Te lo tragarías entero, aunque te ahogases, como una niña obediente?” Más síes. “¿Y me lamerías los huevos y el culo?” No espera que responda para decirme, con una excitación creciente, “no sabes cómo te deseo, cuantas veces me masturbo pensando en ti, qué ganas tengo de follarte, coño, marita”. Cuando pregunta qué me gustaría que me hiciese ahora aparco las afirmaciones y respondo con un torrente de guarradas, sólo interrumpido por sus gemidos, que cada vez más fuertes y más largos explotan en un “aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhh” final.

(...)

“Yo me he corrido. ¿Tú también?” Ni siquiera me he tocado pero contesto que sí. “Espero que nos veamos pronto, cuando vayas a casa avisa”. Es el último sí. Miro la pantalla del móvil al colgar: 7.55 minutos.

Su excitación me ha excitado mucho, así que empiezo a masturbarne tranquilamente, sin sus prisas, pensando en otro.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El último fumador

Como cualquier niño de la era pre-Internet con el que sus padres experimentaron criarlo sin tele en un pueblecito, jugué mucho a construir cabañas y cazar peces en verano y leí mucho bajo mantas en invierno. Mi padre devoraba ciencia-ficción y yo le robaba esos libros que no entendía casi nada pero que hablaban de lugares lejanos a los que descubriría la forma de llegar cuando me creciesen las tetas.

No se me pasó por la cabeza que, ni con tetas ni sin ellas, nunca pisaría Dune, Terminus o la Zona Libre. Tampoco se me ocurrió que muchas historias de ciencia-ficción son una crítica a la sociedad de ese momento. Por ahí tira Yasutaka Tsutsui en el cuento de El último fumador:

La discriminación hacia los fumadores creció rápidamente al nivel de la caza de brujas. Pero era difícil de controlar, porque los discriminadores no consideraban que sus acciones fueran una locura. La crueldad humana no es nunca tan extrema como cuando se comete en nombre de una causa elevada, sea ésta la religión, la justicia o el bien. En nombre de esta moderna religión de la "salud", y aún enarbolando la bandera de la justicia y el bien, la escalada de la discriminación contra los fumadores pronto llegó al asesinato.

Un conocido fumador compulsivo fue destrozado en la calle y a plena luz del día por una banda de diecisiete o dieciocho amas de casa histéricas que estaban en un centro comercial y dos policías. Se decía que, mientras moría, la nicotina y el alquitrán le chorreaban por los agujeros que le habían provocado las balas y los cuchillos de cocina.


Yasutaka Tsutsui, Hombres salmonela en el planeta porno

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro.

El bosque maravilloso

A diez minutos en autobús desde Madrid (el 601) hay encinas-elefante, huellas de jabalí, senderos pedregosos, juncos silbantes en el río y silencios que te acarician.



Hay también familias que salen a comer a la vera del Manzanares y restaurantes de caza con camareros sin prisas. En un rincón, alrededor de una mesa, botellas de tinto y chupitos de orujo regaron una tarde de fotos risas Marruecos Paloma-bombón-por-fin-conocida recuerdos niños teatros besos mendigos cohetes y un décimo de lotería compartido.

La foto impresionante es de David

Bye bye

Se fue de casa insultando, negándose a pagar, chillando, burlándose, despreciándonos. Pero esa noche llovió y el agua arrastró hasta la alcantarilla las huellas mezquinas de nuestra ex compañera de piso.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El bonsái Dabadaba

Me encantaría que esta noticia fuese cierta:


¿No ha leído el periódico esta mañana? Está bien, se lo contaré. Últimamente los árboles Dabadaba han estado provocando un gran malestar social. Por culpa de ellos, las personas ya no pueden distinguir entre los sueños y la realidad. Han estado haciendo el amor en las calles, violando conductores de autobús ante los pasajeros. Algunos hombres han abordado a las dependientas de los grandes almacenes. Algunas mujeres han retozado en plena calle totalmente desnudas, provocando a jóvenes a plena luz del día. Otras chicas han invitado a completos desconocidos a que se acostasen con ellas. Es un mundo de violencia sexual y de depravación desenfrenada. Por eso, el Gobierno ha empezado a confiscar los árboles Dabadaba.


Yasutaka Tsutsui, Hombres salmonela en el planeta porno. Ed. Atalanta

¿Tú que harías si tuvieses un bonsái que provoca sueños eróticos? Yo me lo llevaría a la oficina, que hay cámaras y quedaría todo registrado ;-)

Chanta la mui II

Se me ha quedado grabado el clacclacclac acelerado de las castañuelas, el golpe seco del abanico al abrirse de golpe, las poses pícaras de Olga Pericet, la voz quebrada de la cantaora de palmas enormes y, sobre todo, no sé por qué, el chasquido de dedos de Marco Flores en su danza en solitario.

Les vi con mi hermano y Alexia, que vinieron a pasar el finde.



Gracias, D.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Placeres mínimos X

Sentir cómo me hunde, poco a poco, un montecristo de calibre grueso en el coño. Verle fumándoselo, poco a poco, inmediatamente después.


Me ha invitado a comer. Es su cumpleaños.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Pasito a pasito

Las direcciones de pensiones, fondas, albergues, casas de postas, ventas y demás lugares que me gustaron del periplo mochilero con Público las iré colgando en 11870.

Me quedo con ganas de recorrer pedacitos del sur a pie: conocer las Alpujarras y Sierra Nevada siguiendo el GR-240 o sendero Sulayr, pasear por las cicatrices mineras de La Unión en la Ruta del 33 o tomar la Vía de la Plata que se adentra en el norte.

Y saltar a Portugal.

Corto y cierro


Cuesta frenar en seco. Pensar que mañana no estaré en un autobús camino a una ciudad en la que no conozco nada ni a nadie, sino pedaleando entre el tráfico con depresión posvacacional de Madrid.

Cuesta imaginar que no acabaré la noche en una fiesta de pueblo con 20 señoras bailando sevillanas alrededor, ni devorando una fideuà popular, ni encontrándome restos de tomate por todo el cuerpo. Diré adiós, por fin, a las camas de albergue diminutas, a las colchonetas inflables y a los sofás prestados por amigos. Me espera mi cama, que he extrañado tantas noches.

Al salir, la mochila pesaba mucho de tantos “ve con cuidado”, “es peligroso para una chica sola” y “no hagas autostop”. Como contrapeso, en cada nuevo destino tropecé con la misma campaña publicitaria de un whisky: “No hables con desconocidos, intenta conocerlos a todos”.

Concluido el mes, la balanza se inclina hacia el lema alcohólico: he encontrado a gente desconocida que me ha ayudado, me ha invitado a comer y beber, me ha hecho reír, me ha llevado con ella de fiesta, me ha ofrecido su cama y me ha hecho vivir situaciones surrealistas.

La única contraindicación seria de tomar desconociditis a todas horas durante un mes es la insistencia telefónica de varios admiradores no correspondidos. El casi adolescente Miguelito me llama cuando cierra el bar, pasada la una de la madrugada; un camarero de Trevélez me envía sms multimedia con paisajes nevados y textos como “espero tu llamada. Te llevaré a lugares maravillosos”; un tercero pregunta una y otra vez cuándo volveré.

Aunque quisiese, no podría contestar. Iba a volver a casa, a Barcelona, pero el pirata me ha secuestrado. Ahora habla de atarme; para que no me escape más, aclara. Me he callado que padezco un síndrome de Estocolmo agudo y no pienso aventurarme más allá del jardín. Pero inmersa en el último libro de ciencia-ficción, me ha dado por imaginar que este lugar desierto reúne todas las condiciones para un aterrizaje extraterrestre.

Guerra de tomates


Un grito de guerra retumba en Buñol. Son las 11.00 horas. El cohete ha marcado el inicio de la tomatina 2008. Las órdenes son claras: coged un tomate, aplastadlo y tiradlo contra el enemigo. Se entiende como tal a cualquier persona con la camiseta inmaculada, a ser posible blanca.

Los soldados rasos, entre los que me incluyo, van con el uniforme de piscina estándar: bañador y gafas. Los complementos denotan veteranía: flotadores, manguitos, pelucas, gorros de vikingo, faldas de hawaiana, tetas postizas, raquetas de tenis, tutús de bailarina y cualquier cosa que se encuentre por el camino.

Hay 120.000 kilos de tomate como munición. La suministran seis camiones, que en los puntos claves abren sus tripas y descargan un jugo rojo pringoso, que convierte el suelo en una resbaladiza pista de patinaje. Con tal de no caerse, vale agarrarse a lo que sea.

Como la población local es incapaz de resistir sola el ataque, llegan refuerzos de todos los rincones del planeta. La avanzadilla entró anoche para abastecerse de alcohol y tomar posiciones. Los demás llegamos por la mañana y competimos por un trozo de calle en el que aparcar con autobuses de franceses, alemanes, rusos y japoneses.

Las órdenes de la dirección tardan poco en desobedecerse. Los hay que no aplastan las hortalizas, los hay que las lanzan con todas sus fuerzas para hacer daño y otros que arrojan el primer objeto que encuentran, cuanto más duro mejor.

Hay que tener los sentidos alerta en todo momento. Uno que grita “aquí no llegan, aquí no llegan” acaba con un tomatazo en plena boca, encestado por alguien con muy buena puntería y mala baba.

Al verlo dejo de gritar, pero no me libro de un par de tomates en la cara. Me quito las gafas para comprobar los daños y siento un fuerte impacto en el ojo. Escuece muchísimo. Miro alrededor intentando descubrir quién ha sido para vengarme, pero es imposible. Por si no tenía suficiente, algún vecino guasón saca una manguera y empieza a repartir agua. “Oé oé oé”, “A-gua, a-gua”, grita eufórica la multitud.

“Ten cuidado porque a las tías normalmente les intentan quitar las camisetas”, me advierte un valenciano cuando ve que tiro hacia abajo. Tengo suerte: nadie se encapricha de la mía, pero otras empiezan a volar de un lado al otro de la calle, junto a pantalones y zapatillas.

En un momento dado empieza una pelea y se forma una avalancha. Pierdo una chancla, me tiran a un lado, no puedo respirar, me meten mano por todos lados con descaro y se me dispara el corazón. A codazo limpio, huyo corriendo hacia arriba.

Pocos minutos después, disparan el cohete que marca el fin de la batalla campal y el inicio de la retirada. Son las 12.00 horas. He sobrevivido.