sábado, 22 de septiembre de 2007

burbujas rosas

ya sé su nombre...
(sonrisill.)(suspir.)(jade.)

me ha dicho que...
(sonroj.)(balbuc.)(tropiez.)(boli mordid.)

y ha venido a...
(bum bum bum)

Territorio Sad y K


Se me pasó contarla, pero hay imágenes muy intensas que aún recuerdo al leer esta breve crítica:

Performance de tableux vivants, imágenes provocadoras y amables al mismo tiempo, plato finísimo para sibaritas, servido por dos mujeres de alto contenido erótico, turbadoras tambien se dice, ¿no?. Territorio Sad y K, de Paloma Calle, es una delicia adulta para paladares x-quisitos.

Si a alguien le gusta el teatro y vive en Madrid, le recomiendo el blog del Pradillo.

martes, 18 de septiembre de 2007

Al abordaje del pirata

Moreno, con aros en las orejas, barba de tres días, lascivia de sátiro y pose canalla, parece recién salido de una nave pirata de siglos atrás. Le busco, me guiña un ojo, no sé cómo se llama, ni de donde viene, y todo este misterio me está volviendo loca.

Lágrimas de cocodrilo


Pau tiró…
rodó alrededor del aro…
y se salió…

Hotel Urban

“Si te hubiese dicho dónde vamos no habrías querido venir”, me dijo al atravesar las puertas de uno de los hoteles más lujosos de Madrid. Seguí desconcertada cuando subimos hasta el último piso, nos tumbamos como dos cleopatras bajo la estrellas y apareció Mario con dos mojitos clandestinos. Charlando, riéndonos, observando a parejas de hombre-billetera más mujer-juventud llegamos a las dos.

Vértigo de lujo

El ascensor bajaba tan rápido que daba vértigo. Y con aire travieso, apretaste otra vez el botón y repetimos el descenso. Llegamos abajo y muertas de risa subimos para tirarnos por tercera vez. Al atravesar las puertas, esta vez hacia fuera, olíamos a un jabón impresionantemente caro. Recogimos a Mario y cruzamos madrid nocturnamente.

martes, 11 de septiembre de 2007

local bar

Te teletransportas automáticamente a un puticlub decadente de los años 70, con barras acolchadas, camarero en pajarita, personajes de novela ocupando su taburete habitual, rubias platino de labios rojos y mesas muy bajas bajo las que las rodillas no caben y tarde o temprano acaban chocando contra otras.

Death Proof, de Tarantino


Los pies femeninos de uñas rojas asomando seductoramente del asiento posterior de un coche en movimiento con los que arranca la película son una poderosa imagen difícil de borrar para cualquier fetichista*.

Y a partir de ahí Tarantino encadena un torrente de imágenes cargadas de placer prohibido, inmoral, peligroso, enfermo, perverso, condenable… y juega con él… y disfruta como nadie… un peliculón totalmente orgásmico.

(*) Me incluyo entre ellos, claro.

Cerca del Marsella

Un par de garitos que redescubrí en el finde barcelonés: a la izquierda de las obras de la Filmo el Sifó, para copichelas pasada la medianoche; a la derecha, La bata de boatiné, de ambiente y resistentes a los 40 grados de temperatura.

Indian Lounge

En la placita de las putas (donde confluyen Sant Ramon y Marquès de Barberà) hay un garito indio lleno de almohadones en los que tumbarse, escuchar musiquita india y olvidarse durante horas de que uno está en Barcelona. Nos olvidamos tanto tanto que nos cerraron el bar, nos dieron cositas buenas en pipa de agua y el DJ y su impresionante primo (“está para alquilar balcón”, que dirían en Colombia) me hipnotizaron con cuentos indios, sonrisas y bailes.

Placeres mínimos II

Despertar entre sábanas revueltas y encontrar en mi muñeca la goma con la que ayer te recogías el pelo, negro como una noche sin luna. O Mumbai sin electricidad, dirías.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Paisajes desde el tren. Vuelta

Siento que ya he llegado cuando cerca de Tarragona reaparece el mar. Las ventanas de este tren aséptico e inodoro están cerradas pero cierro los ojos y me entra de golpe el ruido de las olas, el olor a salitre y el sabor de tu piel mojada.

Los de Internet

Molan los de la sección de Internet. Van todos con sus ordenadores a cuestas, cabalgan en motocicletas y visten de negro. Y entre ellos resalta una mod con camisetas de colores ácidos y gafas de pasta rosa. Una pijiguay de la calle Fuencarral. Encantadora.

El barrio

Del metro al curro hay cinco minutos de vacío total, como si hubiese pasado por allí un virus letal. A cualquier hora del día está silencioso. Y desierto. Pero no es un desierto de arena sino de pisos altísimos con piscinas y pistas de paddle privadas. En sus calles hay el triple de peluquerías que de bares, faltan supermercados y sobran gimnasios, nadie pisa el césped inmaculado de los parques y no se ve ni a un niño jugar.

La inmoralidad de los pijos

Los pijos van con náuticos, mocasines (o zapatos puntiagudos los modernos), tejanos impecables, camisitas planchadas por mamá/novia/criada (rodear donde proceda), jersey en los hombros, tejanos impecables, caras de no haber roto un plato, pelos engominados y olor a perfume caro. Beben mojitos, cubalibres o gintonics, jamás una barriobajera cerveza en botella. Son respetados, fotografiados, admirados y suspirados por muchas niñas de bien.

No entendía cómo podían ir a currar y desde sus cómodas sillas con reposabrazos exprimir, retorcer, explotar y abusar de una, diez, cien, mil o un millón de personas. Hasta ayer. Cuando de la nada, uno de ellos —casado por supuesto— me puso descaradamente una mano en el culo y me susurró con esa voz que tienen acostumbrada a dar órdenes: “déjate, que vas a disfrutar”. Me ha parecido entender algo imposible, pensé. “qué ganas tengo de follarte, guarra” oí entonces. Y seguí sin entender con el “te voy a llenar de semen el coñito” al notarle empalmadísimo contra mí.

Pero eliminado el último resquicio de duda... je, cabronazo, te vas a cagar, dije en silencio (con voz de Zoe en la peli ida de olla de Tarantino) le metí la lengua con ganas, le cogí la polla sin disimular y le follé en un callejón oscuro hasta asustarle sin dejar de preguntarme si al volver a casa temblando se pondría su pijama de cuadros, bebería su vaso de leche, fingiría leer el mismo rato de siempre y le daría el beso ritual de buenas noches a su mujer antes de soñar cómo seguir exprimiendo, retorciendo, explotando, abusando y violando por los siglos de los siglos. Amén.

Teoría (versión beta) de las relaciones con extranjeros

A las mujeres nos educan para ser inferiores o, con mucha suerte, iguales a los hombres. A los indonesios (y a muchos otros habitantes del Tercer Mundo, Periferia o eufemismo políticamente correcto que se quiera) les educan para ser inferiores o, con mucha suerte, iguales que los blancos. A los hombres blancos les educan para ser superiores a las mujeres y a los habitantes de “otros” países.

Quizás por eso, y ya digo que esto es una hipótesis por confirmar, es muy fácil que el blanco encaje a la perfección en una relación con una morenita/negrita/amarillita/rojita y viceversa. Porque éste domina y ésta se deja dominar a la espera de alcanzar un futuro igual que en la televisión. Pero cuando una mujer blanca quiere empezar una relación con un hombre de otro país saltan chispas porque (por suerte, por suerte, por suerte, espero que nunca cambie) le resulta extremadamente difícil establecer una relación de dominio sobre él y a él aceptar ser dominado por una mujer. Esto casi podría trasladarse también a la prostitución, ¿no? Seguiré dándole vueltas pero animo a que me digáis.

Espero que un día todas las relaciones sean de igual a igual.

La Latina

(debajo de la capa de modernidad y pijerío) Uno de los barrios más apasionantes de Madrid. Vuelvo y vuelvo ahí como si fuese el ombligo del mundo, la nueva Roma, mi destino o vete a saber qué.

Polaroids anónimas II

Con muchos años a cuestas, pasa por la calle como un torbellino, sonriendo, cantarina, arrastrando todas las miradas hacia su chillón vestido rojo, que contrasta con la profunda oscuridad de su piel y el brillo dorado de los grandes pendientes. Irremediablemente cubana, imagino.

Paisajes desde el tren. Ida

Desierto de los Monegros por todos lados. A la derecha un sol gigante anaranjado, como un globo de helio extraviado a punto de reventar con uno de los cactus que le espera juguetón a ras de suelo. Al otro una luna embarazadísima, bostezando y aún con el pijama puesto.