Del metro al curro hay cinco minutos de vacío total, como si hubiese pasado por allí un virus letal. A cualquier hora del día está silencioso. Y desierto. Pero no es un desierto de arena sino de pisos altísimos con piscinas y pistas de paddle privadas. En sus calles hay el triple de peluquerías que de bares, faltan supermercados y sobran gimnasios, nadie pisa el césped inmaculado de los parques y no se ve ni a un niño jugar.
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