Las preciosas montañas del valle de Kiso se colaban por los ventanales de esta enorme habitación, la mejor del viaje:
miércoles, 3 de junio de 2009
Habitación de 20 tatamis
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Etiquetas: japoneando, tsumago
Cena kaiseki
¿Alguna vez han cocinado para ti un festín de 14 platos y te han ido sirviendo uno a uno, explicándotelos con detalle, mostrándote cómo hay que comerlos y siendo incapaz tu anfitrión de no mirarte de reojo para ver cómo los saboreas todo y lo disfrutas?
El rijoso propietario del ryokan Fujioto de Tsumago, emocionado por encontrar a una bella signorina en ese pueblo remoto de Japón con quien practicar su italiano, preparó este banquete inolvidable:
Carpaccio de ternera tiernísima
Un maki de arroz rosado, de una variedad de principios del siglo pasado recuperada recientemente
Abejas cocinadas en miel, salsa de soja y sake, a las que se atribuyen propiedades afrodisíacas
Tempura de hierbas de la montaña, recolectadas esa misma tarde por su mujer
Un tomate de los mejores que he probado en los últimos años, de una variedad autóctona de la costa oriental japonesa, traído expresamente para la cena
Ternera laminada y setas en shabu shabu con salsa de mostaza
Perca negra cocinada durante 24 horas con salsa de soja y sake para que se pueda comer de la cabeza a la cola sin que se noten las espinas
Pincho del primer arroz recolectado con salsa dulce, la comida con la que los campesinos locales celebran desde hace décadas una buena cosecha
Soba (fideos de trigo negro) fríos mojados en salsa de soja con wasabi
Dos trozos de tofu recién hecho con salsas miso distintas por encima
Tallos de bambú crujientes
Shiitake, maitake y bunashimeji fritas con hierbas japonesas y con un cierto toque picante final, uno de los platos de setas más deliciosos que he comido en años
Gelatina de judías rojas
Y un surtido de frutas, entre las que había un par de fresas que tenían un sabor que creía que ya no existía.
Llevé la cámara pero se me olvidó usarla. Y tras el último bocado, se me saltaban las lágrimas.
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Regreso al siglo XIX
Llegamos al valle de Kiso una tarde que diluviaba, rodeado de tupidos bosques de cedros, alerces y cipreses japoneses, entre los que discurre el camino Nakasen-do, que hace dos siglos recorrían los correos entre Edo (antiguo nombre de Tokio) y Kioto. En medio del valle, anclada en el tiempo, sobrevive Tsumago, una de las 69 postas del antiguo camino donde, en las noches lluviosas, las linternas se reflejan en sus calles húmedas desde hace décadas y no se oye más que los pasos errantes de algún caminante enamorado.
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