martes, 30 de diciembre de 2008

Da Alfredo


Las orecchiette con espinacas y minichipirones que comí ayer en el italiano Da Alfredo es uno de los mejores platos de pasta que he probado en mi vida...

Caro. Pero alucinantemente bueno.

Chamberí es un barrio para enloquecer de placer comiendo.

lunes, 29 de diciembre de 2008

"La violencia genera más violencia"

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Moratinos dice que "la violencia genera más violencia". Moratinos no dice que el Gobierno español vendió a Israel en 2007 1,5 millones de euros en tecnología militar. Fusiles, bombas, cohetes, torpedos, misiles. Un arsenal perfecto para generar violencia. Y más violencia.

Es mejor matar poco a poco

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Queridísima Tzipi:

Si tiras más de cien toneladas de bombas y asesinas a 200 personas en un día toda la comunidad internacional -a excepción de EEUU- se te lanzará al cuello aunque seas su amiga y te dirá que tu violencia "es desproporcionada".

Los líderes mundiales prefieren que mates poco a poco, en silencio, a tres o cuatro cada día, como el intachable demócrata Álvaro Uribe en Colombia. Que les ahogues un poco más cada día. Que les hieras. Que no tengan medicinas. Que vivan con miedo.

Tu forma de atacar no es de este siglo. En éste tienes que aprender a torturar sin dejar marcas. A pegar lo normal.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Película de terror navideña

25 de diciembre. 7.15 de la mañana. No hay nadie en las calles de Chamberí. Tampoco hay taxis. Sólo se escucha un bufido de resignación y, a continuación, el ruido de unos pasos acelerados y una maleta de ruedas siendo arrastrada.

Quince minutos después, al entrar en el metro de Nuevos Ministerios, la puerta se cierra chirriando detrás de mí. Estoy dormida. No reacciono. Empiezo a caminar como una autómata hacia la línea 8, la del aeropuerto, pero me doy cuenta de que el metro está en penumbra y prácticamente vacío -a excepción de un grupo de adolescentes borrachos.

Cuando llego a las máquinas canceladoras con mi billete en la mano un segurata me advierte que hoy el metro empieza a las ocho.
-Pero si he visto autobuses
-Autobuses y Renfe sí, pero el metro empieza a las ocho
-Por qué?
-Porque hoy es Navidad
-¿Y? ¡Pero si funcionan los autobuses y la Renfe!
-Autobuses y Renfe sí, pero el metro empieza a las ocho

Empieza a darme miedo que el segurata con el que estoy interaccionando sea un modelo antiguo de autómata, de esos con memoria limitada y sólo tres frases pregrabadas, así que vuelvo hacia la puerta por la que he entrado para salir y buscar un taxi.

Pero la puerta está cerrada y hay otras dos personas intentando, sin éxito, salir de allí. Llamamos al interfono y una voz de ultratumba nos contesta.

-¿Cuál es su problema?
-No podemos salir
-Las puertas se abrirán automáticamente a las ocho
-Pero queremos salir ahora, tenemos prisa
-Las puertas se abrirán automáticamente a las ocho
-Es una urgencia
-Click
Silencio absoluto

Nos vamos los tres a la siguiente puerta y nos encontramos a otros tres que también han intentado comunicarse por el interfono. Vamos juntos a la siguiente puerta y recogemos a otros cuatro. Miramos hacia todos lados mientras vamos a la próxima. No hay duda de que los asesinos tienen que aparecer de un momento a otro y que la snuff movie empezará.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El viento que no cesa

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En Fuerteventura sopla el viento, pero no encuentra resistencia. El vacío lo vuelve silencioso.

Comer, beber y amar en Fuerteventura

Fuerteventura es una isla-desierto. Africana. Volcánica. De horizontes lejanos. Un océano azuloscurocasinegro. Y centenares de colinas desnudas.

Serpenteamos toda la costa en coche: desde el faro del fin del mundo -a veinte kilómetros de pista sin asfaltar y varias calas desiertas de Morro Jable- hasta Corralejo y sus inmensas dunas de arena blanca en las que se funden desierto y playa.


Recorrimos, al borde del precipicio, las curvas entre Pájara y Betancouria con el Atlántico siempre al fondo, muy abajo, muy lejos, muy fiero.

Nos hinchamos de pescado en terrazas frente al mar, siempre con una botella de Bermejo blanco seco delante: salmonetes fritos en Los Caracolitos de las Salinas del Carmen, mejillones con mojo verde en La Barraca de Tarajalejo, sardinas en La lonja de pescadores de Corralejo y navajas obscenas en La Capitana del Muelle Viejo de El Cotillo.

Y en la Casa Tierra de Elvira, dormimos, escribimos, leímos, hicimos el guarro y nos olvidamos del mundo durante una semana.

Iberia y su huelga de celo nos regaló tres horas extra de sol a 25 grados en el aeropuerto. Desde aqui les doy las gracias ;)

viernes, 19 de diciembre de 2008

No money, no honey

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Resultó que no era sórdido. Que no era oscuro. Ni perverso.

Como en cualquier otro bar, había seguratas en la puerta. Una barra al fondo del local. Y música sonando.

Pero, como si se estuviese paseando por un sueño, había diez mujeres por cada hombre. Todas jóvenes. Todas guapas. Todas dispuestas a arrastrarlos hasta una cama y volverlos locos de placer.


Algo así me contó.
Eran las dos de la tarde.

La foto es de Cartafoldesilencio

domingo, 7 de diciembre de 2008

Domingo de invierno

La tarde entera bajo el edredón. Una tetera humeante sobre la mesilla. Chocolate con melindros para merendar. Y la fuerte tormenta colándose por el balcón.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Alquiler sin fecha de caducidad

No es necesario hipotecar la vida para ser propietario de 45 metros en el futuro. No es necesario darse cuenta de que el sueño de comprar un piso es en realidad una pesadilla.

Se puede alquilar de por vida por 400 euros al mes. Aunque papá Estado no lo publicite. Aunque los constructores hagan todo lo posible por evitarlo. Aunque los futuros dueños inmobiliarios no se lo crean. Aunque por desconocimiento y falta de presión social sea en España muy minoritario:

SostreCívic, asociación sin fines de lucro, promueve desde Barcelona un nuevo modelo de acceso a la vivienda basado en las cooperativas de uso. La iniciativa se basa en “un sistema según el cual la propiedad de los pisos siempre permanece en manos de una cooperativa, en la que sus miembros participan y por la que gozan de un derecho de uso indefinido de la residencia, a través de un alquiler blando”, explica Raül Robert, vocal de la ONG.


Vía Público

domingo, 23 de noviembre de 2008

I for India

Imagina que un indio se va a vivir a Londres. Y en vez de escribirse cartas con su familia se envían cintas de vídeo durante cuarenta años.

Ése es el material en bruto de esta joyita documental de Sandhya Suri. De fondo aparece el racismo, el desarraigo, el shock cultural, el individualismo, la fuga de cerebros y mucho más.


A Raquel le hubiese encantado.

La cuestión humana

No sabría describirlo mejor:

La cuestión humana de Nicolas Klotz es como un espejo roto en lascas afiladas y cortantes. Intentar asir, aunque sea con la punta de los dedos, alguna de sus partes, reserva al que lo intenta un corte limpio profundo y eléctrico
Tina Paterson

Sophie

La pornoterrorista Diana Junyent golpeó estómagos y neuronas durante la Revuelta Obscena 2 en la galería Off-limits, provocó repulsión, despertó incredulidad... y metió (también) en mis sueños eróticos a Sophie, que aquí aparece fotografiada por Elisa con su látigo y su sonrisa:

Mi (primer) rabo de silicona

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Me até, nerviosa, el arnés a la cintura y sentí cómo las cintas de cuero me apretaban las nalgas. Tenía una polla preciosa. Negra. Grande. Y muy dura.


Me la agarré con fuerza, deshaciéndome de placer, y le golpeé con ella, conteniendo mal la excitación de adolescente primerizo. Fue más difícil aún cuando me pidió que se la metiese en la boca y noté como el coño palpitaba aceleradamente al verle tragársela entera y llenarla de saliva.


No quería parecer impaciente ni correrme antes de tiempo. Pero cuando me ofreció el bote de lubricante, le giré de golpe, inundé su ojete y le penetré. En segundos desapareció la timidez. Desaparecieron los nervios. Y mi cuerpo explotó salvajemente cuando el último centímetro de mi rabo estuvo dentro de él.

Su boda

Mis compis de piso se casaron en un día impresionante por Aranjuez. Y Erica les sacó esta foto preciosa:

Concha Buika



Fui a verla sin saber nada.

Y me dejó de piedra que su poderosa voz negra arrancase lamentos flamencos.

Ahora se me reaparece descalza sobre el escenario y entreveo sus preciosas piernas bajo una brillante falda fucsia cada vez que vuelvo a escucharla

lunes, 27 de octubre de 2008

Vampiros y Devoradores de Sombras

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Creía que esta madrugada era mi cuello el que desgarraban sus colmillos, su lengua la que lamía con avidez las gotas de sangre que resbalaban hacia mis pechos, sus manos las que me sostenían cuando empezaba a palidecer, su voz grave la que me invitaba a entregarme a la oscuridad; mientras él, saciado, encendía un marlboro y pedía otro whisky.

Pero cuando me desperté, el lado izquierdo de la cama seguía helado y el móvil vibraba con el nombre de su víctima. Y sabía que, poco después del amanecer, cuando el lado derecho de la cama empezase a enfriarse, el suyo se calentaría.

El día y la noche no coinciden en el tiempo.
Pero deseo encontrar una excepción.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Meira Delmar

Esta poeta de Barranquilla estaba ayer en Madrid.
Recitó de memoria doce poemas con una voz sobrecogedora. Sus 86 años tan lúcidos, dignos y bondadosos me emocionaron. Y me recordaron a mi bisabuela.

Uno de los poemas que leyó fue éste:

Este amor

Como ir casi juntos
pero no juntos,
como
caminar paso a paso
y entre los dos un muro
de cristal,
como el viento
del Sur que si se nombra
¡Viento del Sur! parece
que se va con su nombre,
este amor.

Como el río que une
con sus manos de agua
las orillas que aparta,
como el tiempo también,
como la vida,
que nos huyen viviéndonos,
dejándonos
cada vez menos nuestros
y más suyos,
este amor.

Como decir mañana
y estar pensando nunca,
como saber que vamos
hacia ninguna parte
y sin embargo nada
podría detenernos,
como la mansedumbre
del mar, que es el anverso
de ocultas tempestades,
este amor.

Este
desesperado amor.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Desayuno con hambrientos

Acción contra el hambre ha invitado a la prensa (y he tenido la gran suerte de resultar elegida) a un desayuno para hablar de malnutrición crónica.

Espero que, a los organizadores y a nosotros, se nos atraganten los bocaditos de jamón dulce con mantequilla y se nos caiga por encima el café con leche. Como mínimo.

Cara a cara con un especulador

¿Me acompañas a ver una casa? me pregunta una amiga y digo que sí,

sin saber que nos van a enseñar un nicho sin ventanas en el que enterrarte viva, compartimentado en tres para poder meter contigo a toda tu familia y los suelos tan abrillantados que se reflejaban nuestras caras de incrédulas.

"Bueno, claro, el mayor fallo es que no tiene ventanas, sino no sería una ganga. Pero se soluciona con una buena decoración, eh? Y por este precio es imposible encontrar una casa con tres habitaciones. Ahora lo dejo por 130.000 euros porque necesito liquidez, pero el año pasado lo vendía por 210.000. Y me lo quitaban de las manos, eh? Si te esperas un par de años será una inversión o, si prefieres, puedes alquilarlo por 800 euros al mes, lo mismo que pagarías de letra", iba diciendo, de carrerilla, un hombrecillo cucaracha con prisas.

¿Pero éste tío ve que mi amiga no tiene aún 30 años, vive con sus padres y si está pensando en comprarse una casa (creo que es una locura, pero ya es cosa suya) no es para alquilarla sino para vivir ella? Y si quiere ventilar su casa, ¿qué hace?, ¿abre la puerta de la calle e invita a tomar el té a los vecinos? Joder, pero ya que mienten, ¿no podrían mentir mejor? ¿tan desesperados están que no les funcionan las neuronas? ¿nos ven como tan imbéciles? Imagino que sí, tan bien lo ilustraba hoy Manel Fontdevila en su viñeta en Publico el día después de recibir otra multimillonaria inyección de pasta:

domingo, 12 de octubre de 2008

Tristeza infinita

Está tan triste que se le escapan lágrimas por la punta de los pelos desordenados. Se le caen de los bolsillos de los vaqueros cuando se aleja de mi cuerpo desnudo.

No solo se siente muy triste, me dice, también muy solo. Y es una soledad tan dolorosa que se le atragantan mis besos, el sushi, los lametones de perra cariñosa, una siesta juntoss bajo el edredón e incluso las palabras para explicarse.

No sé si volverá, si me dirá que se va, si vaciará su mesilla de noche.

No sé. Pero espero. Y lloro, intentando robarle así un poco de su tristeza.

Una puta recorre Europa

Luz y Ada están tan hartas de oír tantas y tantas palabras sobre el tema de la prostitución, que deciden pasar a la acción: matar a los clientes


¿Sabes que nada será igual después, no? Quiero decir, las otras vidas posibles: los trabajos aburridos, los días felices y los grises, las mañanas de punta en blanco...
Creo que no es el momeno de pensar, es el momento de creer en lo que ya hemos pensado y actuar.
Ada se calla y sonríe. Te pones tan guapa en los mítines. Ahora es Luz la que sonríe, le da un beso rápido en los labios. Asa pide más, se tumban de lado mirándose la una a la otra. Tienes mucho miedo?


Una puta recorre Europa, de Alberto Lema. Caballo de Troya

Un librito breve, directo y que arroja una luz diferente sobre la prostitución.

De Lavapiés a Tirso

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Cayeron varios vermuts en la Mancha. Y por Mesón de paredes su mano se coló en mis pantalones y me agarró con fuerza el tanga negro,


tirándolo hacia arriba, clavándomelo con fuerza entre las nalgas, mientras me obligaba a seguir caminando calle arriba, bien cerca de su cuerpo,


y después tiró del tanga hacia atrás, cambiando la zona de presión, ahora sobre el coño,


consciente de que con cada tirón el tejido penetraba más en la carne,


me dolía y me mojaba, me aceleraba la respiración, me forzaba a bajar los ojos para que ninguna mirada se encontrase con la mía,


uno de sus movimientos fue tan brusco que el tanga se rasgó, pero no lo suficiente para liberarme de la fricción, localizó el agujero con los dedos y lo hizo más grande,


notó que tenía los muslos empapados, me temblaban las rodillas,


cuando llegamos a Encomienda, me empujó contra un muro sin importarle las miradas curiosas de todos los chinos,


y allí, ahogando mis jadeos con un beso impúdico,
me masturbó restregándose contra mi sexo.


Foto de Sin causa en casa

miércoles, 8 de octubre de 2008

treinta relojes biológicos sonando a la vez

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"Lo mejor empieza a los treinta. Ya pasas de todo, te da igual lo que piensen los demás, te liberas. Es alucinante", le dice una amiga de trenta y tantos a otra de 29 mientras yo me limito a escuchar la conversación entre ellas.

"Yo también había pensado en tener hijos más joven, pero no surgió. Y aún sigo pensando en ser madre soltera si a los 35 no tengo una pareja que quiera tener niños, pero cada vez me da más pereza. Estoy muy bien, me lo paso genial, y cada vez tengo más dudas sobre por qué cambiar toda mi vida para ser madre", continúa.

Dudo. Pero muevo la cabeza verticalmente.

Y recuerdo el articulo que leí el otro día sobre el amor es el opio de las mujeres (heterosexuales). Mencionaba cómo los cuentos de príncipes y princesas, los juegos de papás y mamás, los dibujos animados, las comedias sentimentales crean la impresión en las mujeres "de que la vida no vale la pena si no hay amor". Imagino que tampoco si no hay hijos. Y como cualquier adicción que una arrastra desde niña, la desintoxicación parece dolorosa.

¿Tú crees que el amor es el opio de las mujeres? ¿El deseo de tener hijos es sobre todo instintivo? ¿Alguien sabe dónde está el p... botón de of del reloj?


La foto es de Lucy Macleod.

Cuatrimonio

Se mudó Ella a la casa. Se mudó Él también.

Y con ellos nos llegaron plantas, estanterías, potajes, gemidos, fotografías guarras, velas en la bañera, ají de gallina, proyecciones de vídeo, arneses, dildos, collares de perras, blogs nuevos y rediseñados a traición y amigas que cocinan los mejores raviolis frescos del mundo pocos días antes de irse a Nueva York.

domingo, 5 de octubre de 2008

Minimono

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Supervivo en Madrid. Sonrío en ayunas. Voy en bici. Fantaseo en dibus. Bailo en nubes. Desayuno en camas. Duermo en bolas.

viernes, 3 de octubre de 2008

Placeres mínimos XI

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Elegir una piel nueva para el blog. Y pasearse con ella por el ciberespacio.

Gracias a D.

Sesión continua

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Flor está nerviosa. Mañana empieza a trabajar en la Comisión de Calificación de Películas y no puede dormir por la excitación. Se levanta a comprobar que los niños duermen. Se mete bajo el edredón, se acerca a su marido y desliza una mano dentro del cálido pantalón de franela. Él gruñe, dándose media vuelta. Flor contiene las lágrimas y espera a oírle roncar. Hasta entonces, se distrae pensando que si ve alguna película animada divertida llevará a los niños al cine cuando la estrenen y se acuerda de lo cinéfila que fue en su adolescencia.

Lo que Flor desconoce cuando se apagan las luces de la sala del Ministerio de Cultura por primera vez es que más del 80% de las películas que se producen en nuestro país son pornográficas. Y que los miembros de la Comisión tienen que verlas íntegras para asegurarse de que no aparecen menores o se comete algún otro delito.


A las diez de la mañana ve su primera pentración femenina múltiple y siente escalofríos. No le gusta pero, instintivamente, siente como su coño se humedece. En la siguiente película unos militares gays montan una orgía en el cuartel y Flor no puede apartar la vista de la polla más grande que ha visto en toda su vida.

Poco después verá otra polla aún más grande y otra más. Una de las protagonistas, vestida con un corpiño rojo de cuero que daría lo que fuese por podérselo poner ella en ese momento, se la mete entera en la boca y le lame los huevos. Lo hace una sola vez, para demostrarle que le cabe. Flor está segura de que no podría llegar ni a la mitad.

Después le obliga a ponerse a cuatro patas en el suelo, frente a un espejo. Se unta los dedos en lubricante y le mete un en el ano, girándolo en su interior. Le mete el segundo y le obliga a mirarse cuando le introduce también la punta de un vibrador y le pide que se masturbe mientras ella lo sodomiza por primera vez. Flor busca el baño con la mirada, sabe que se va a correr de un momento a otro si no hace nada por evitarlo, pero no se le ocurre una excusa y se queda quieta en su butaca. Inmóvil y silenciosa como una estatua. Notando como le explota el coño y se le empapan las bragas y las medias de seda negra que estrenó esta mañana.

Cuando se encienden las luces a la hora de comer, no tiene ni idea de lo que le va a contar a su marido esta noche. Cuando le preguntan los periodistas de El País que esperan a la nueva Comisión a la salida, sólo le sale contestarles lo que todo el mundo espera de ella:

"Hay que ver todas las películas enteras", explica Flor A. "Para mí el peor rato ha sido el visionado de porno: un trauma. Y encima, a lo mejor te pasas medio día viendo cintas de ese calibre". Y es que una cosa es ir al cine y otra tener que ver cine durante horas y sin poder elegir.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Crónica del París - Dakar

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M&M completaron el rally alcohólico del París-Dakar (Rua do Franco, Santiago de Compostela) en dos horas y 25 minutos. Piloto y copiloto ingirieron ribeiros y albariños de cuyos nombres juran no acordarse y los acompañaron de caldo gallego, mejillones, pimientos del padrón, almejas, berberechos y navajas. Los vecinos de la localidad aseguran que les vieron arrastrarse hasta el hostal de los girasoles y les escucharon gemir desde la calle. Ellos niegan rotundamente haber mantenido relaciones sexuales en semejante estado de embriaguez. Una hipótesis plausible es que lo hayan olvidado (casi) todo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Joyas fílmicas europeas

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Abren una web en la que se puede acceder a películas clásicas europeas y, ¿sorpresa? las tres más vistas son éroticas.

Me ha parecido deliciosa la música y la ingenuidad que desprende La criada coqueta, una cinta austríaca de 1908.

Vía Asco de vida

Tren Madrid - Galicia

Otro tren.
El mismo deseo animal.
Una puerta del baño entreabierta.
Y alguien esperándome.

martes, 16 de septiembre de 2008

Nipple



De Changiz Jalayer. Teherán

Vía Corazón de látex

lunes, 15 de septiembre de 2008

Dormir en compañía


¿Puede la energía eléctrica llenar el vacío de una ausencia humana?

Vía Francesca Lanzavechia

El Alejandro Sanz chino

Entre mordisco y mordisco y speed-dating en la bocatarsis, al lado de Elisa y su inolvidable ají de gallina, apareció un profe de tai chi que no hablaba español, un periodista del mayor diario chino en España, una bailarina, una pintora de caligrafía y Sergio, alias Chen Hai Sheng.

Con tupé ochentero y vestido con una camisa roja bordada en oro de 18 kilates "que trae suerte" y una americana blanca, Sergio se autodefinió -para que lo entendiésemos- "como Alejandro Sanz para los chinos". Hasta que actúe en directo en el Año Nuevo chino, tenemos un vídeo:

Una polla empalmada al otro lado del teléfono

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Un riiiiiiiiiiiiiiing me saca del sueño. Es la una de la madrugada y un amigo del que hace meses que no sé nada está empalmado al otro lado del teléfono. Lejos de su mujer, en la habitación de un hotel de cinco estrellas.

Dormidísima, respondo con cuatro monosílabos afirmativos a las preguntas de ¿puedes hablar?, ¿estás sola?, ¿estás en la cama? y ¿estás desnuda? Le digo también que sí cuando pregunta si nos masturbamos y por la voz entrecortada imagino que él ya ha empezado a tocarse. “Tengo el cipote tan duro que me duele. ¿Me lo chuparías? ¿Te lo tragarías entero, aunque te ahogases, como una niña obediente?” Más síes. “¿Y me lamerías los huevos y el culo?” No espera que responda para decirme, con una excitación creciente, “no sabes cómo te deseo, cuantas veces me masturbo pensando en ti, qué ganas tengo de follarte, coño, marita”. Cuando pregunta qué me gustaría que me hiciese ahora aparco las afirmaciones y respondo con un torrente de guarradas, sólo interrumpido por sus gemidos, que cada vez más fuertes y más largos explotan en un “aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhh” final.

(...)

“Yo me he corrido. ¿Tú también?” Ni siquiera me he tocado pero contesto que sí. “Espero que nos veamos pronto, cuando vayas a casa avisa”. Es el último sí. Miro la pantalla del móvil al colgar: 7.55 minutos.

Su excitación me ha excitado mucho, así que empiezo a masturbarne tranquilamente, sin sus prisas, pensando en otro.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El último fumador

Como cualquier niño de la era pre-Internet con el que sus padres experimentaron criarlo sin tele en un pueblecito, jugué mucho a construir cabañas y cazar peces en verano y leí mucho bajo mantas en invierno. Mi padre devoraba ciencia-ficción y yo le robaba esos libros que no entendía casi nada pero que hablaban de lugares lejanos a los que descubriría la forma de llegar cuando me creciesen las tetas.

No se me pasó por la cabeza que, ni con tetas ni sin ellas, nunca pisaría Dune, Terminus o la Zona Libre. Tampoco se me ocurrió que muchas historias de ciencia-ficción son una crítica a la sociedad de ese momento. Por ahí tira Yasutaka Tsutsui en el cuento de El último fumador:

La discriminación hacia los fumadores creció rápidamente al nivel de la caza de brujas. Pero era difícil de controlar, porque los discriminadores no consideraban que sus acciones fueran una locura. La crueldad humana no es nunca tan extrema como cuando se comete en nombre de una causa elevada, sea ésta la religión, la justicia o el bien. En nombre de esta moderna religión de la "salud", y aún enarbolando la bandera de la justicia y el bien, la escalada de la discriminación contra los fumadores pronto llegó al asesinato.

Un conocido fumador compulsivo fue destrozado en la calle y a plena luz del día por una banda de diecisiete o dieciocho amas de casa histéricas que estaban en un centro comercial y dos policías. Se decía que, mientras moría, la nicotina y el alquitrán le chorreaban por los agujeros que le habían provocado las balas y los cuchillos de cocina.


Yasutaka Tsutsui, Hombres salmonela en el planeta porno

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro.

El bosque maravilloso

A diez minutos en autobús desde Madrid (el 601) hay encinas-elefante, huellas de jabalí, senderos pedregosos, juncos silbantes en el río y silencios que te acarician.



Hay también familias que salen a comer a la vera del Manzanares y restaurantes de caza con camareros sin prisas. En un rincón, alrededor de una mesa, botellas de tinto y chupitos de orujo regaron una tarde de fotos risas Marruecos Paloma-bombón-por-fin-conocida recuerdos niños teatros besos mendigos cohetes y un décimo de lotería compartido.

La foto impresionante es de David

Bye bye

Se fue de casa insultando, negándose a pagar, chillando, burlándose, despreciándonos. Pero esa noche llovió y el agua arrastró hasta la alcantarilla las huellas mezquinas de nuestra ex compañera de piso.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El bonsái Dabadaba

Me encantaría que esta noticia fuese cierta:


¿No ha leído el periódico esta mañana? Está bien, se lo contaré. Últimamente los árboles Dabadaba han estado provocando un gran malestar social. Por culpa de ellos, las personas ya no pueden distinguir entre los sueños y la realidad. Han estado haciendo el amor en las calles, violando conductores de autobús ante los pasajeros. Algunos hombres han abordado a las dependientas de los grandes almacenes. Algunas mujeres han retozado en plena calle totalmente desnudas, provocando a jóvenes a plena luz del día. Otras chicas han invitado a completos desconocidos a que se acostasen con ellas. Es un mundo de violencia sexual y de depravación desenfrenada. Por eso, el Gobierno ha empezado a confiscar los árboles Dabadaba.


Yasutaka Tsutsui, Hombres salmonela en el planeta porno. Ed. Atalanta

¿Tú que harías si tuvieses un bonsái que provoca sueños eróticos? Yo me lo llevaría a la oficina, que hay cámaras y quedaría todo registrado ;-)

Chanta la mui II

Se me ha quedado grabado el clacclacclac acelerado de las castañuelas, el golpe seco del abanico al abrirse de golpe, las poses pícaras de Olga Pericet, la voz quebrada de la cantaora de palmas enormes y, sobre todo, no sé por qué, el chasquido de dedos de Marco Flores en su danza en solitario.

Les vi con mi hermano y Alexia, que vinieron a pasar el finde.



Gracias, D.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Placeres mínimos X

Sentir cómo me hunde, poco a poco, un montecristo de calibre grueso en el coño. Verle fumándoselo, poco a poco, inmediatamente después.


Me ha invitado a comer. Es su cumpleaños.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Pasito a pasito

Las direcciones de pensiones, fondas, albergues, casas de postas, ventas y demás lugares que me gustaron del periplo mochilero con Público las iré colgando en 11870.

Me quedo con ganas de recorrer pedacitos del sur a pie: conocer las Alpujarras y Sierra Nevada siguiendo el GR-240 o sendero Sulayr, pasear por las cicatrices mineras de La Unión en la Ruta del 33 o tomar la Vía de la Plata que se adentra en el norte.

Y saltar a Portugal.

Corto y cierro


Cuesta frenar en seco. Pensar que mañana no estaré en un autobús camino a una ciudad en la que no conozco nada ni a nadie, sino pedaleando entre el tráfico con depresión posvacacional de Madrid.

Cuesta imaginar que no acabaré la noche en una fiesta de pueblo con 20 señoras bailando sevillanas alrededor, ni devorando una fideuà popular, ni encontrándome restos de tomate por todo el cuerpo. Diré adiós, por fin, a las camas de albergue diminutas, a las colchonetas inflables y a los sofás prestados por amigos. Me espera mi cama, que he extrañado tantas noches.

Al salir, la mochila pesaba mucho de tantos “ve con cuidado”, “es peligroso para una chica sola” y “no hagas autostop”. Como contrapeso, en cada nuevo destino tropecé con la misma campaña publicitaria de un whisky: “No hables con desconocidos, intenta conocerlos a todos”.

Concluido el mes, la balanza se inclina hacia el lema alcohólico: he encontrado a gente desconocida que me ha ayudado, me ha invitado a comer y beber, me ha hecho reír, me ha llevado con ella de fiesta, me ha ofrecido su cama y me ha hecho vivir situaciones surrealistas.

La única contraindicación seria de tomar desconociditis a todas horas durante un mes es la insistencia telefónica de varios admiradores no correspondidos. El casi adolescente Miguelito me llama cuando cierra el bar, pasada la una de la madrugada; un camarero de Trevélez me envía sms multimedia con paisajes nevados y textos como “espero tu llamada. Te llevaré a lugares maravillosos”; un tercero pregunta una y otra vez cuándo volveré.

Aunque quisiese, no podría contestar. Iba a volver a casa, a Barcelona, pero el pirata me ha secuestrado. Ahora habla de atarme; para que no me escape más, aclara. Me he callado que padezco un síndrome de Estocolmo agudo y no pienso aventurarme más allá del jardín. Pero inmersa en el último libro de ciencia-ficción, me ha dado por imaginar que este lugar desierto reúne todas las condiciones para un aterrizaje extraterrestre.

Guerra de tomates


Un grito de guerra retumba en Buñol. Son las 11.00 horas. El cohete ha marcado el inicio de la tomatina 2008. Las órdenes son claras: coged un tomate, aplastadlo y tiradlo contra el enemigo. Se entiende como tal a cualquier persona con la camiseta inmaculada, a ser posible blanca.

Los soldados rasos, entre los que me incluyo, van con el uniforme de piscina estándar: bañador y gafas. Los complementos denotan veteranía: flotadores, manguitos, pelucas, gorros de vikingo, faldas de hawaiana, tetas postizas, raquetas de tenis, tutús de bailarina y cualquier cosa que se encuentre por el camino.

Hay 120.000 kilos de tomate como munición. La suministran seis camiones, que en los puntos claves abren sus tripas y descargan un jugo rojo pringoso, que convierte el suelo en una resbaladiza pista de patinaje. Con tal de no caerse, vale agarrarse a lo que sea.

Como la población local es incapaz de resistir sola el ataque, llegan refuerzos de todos los rincones del planeta. La avanzadilla entró anoche para abastecerse de alcohol y tomar posiciones. Los demás llegamos por la mañana y competimos por un trozo de calle en el que aparcar con autobuses de franceses, alemanes, rusos y japoneses.

Las órdenes de la dirección tardan poco en desobedecerse. Los hay que no aplastan las hortalizas, los hay que las lanzan con todas sus fuerzas para hacer daño y otros que arrojan el primer objeto que encuentran, cuanto más duro mejor.

Hay que tener los sentidos alerta en todo momento. Uno que grita “aquí no llegan, aquí no llegan” acaba con un tomatazo en plena boca, encestado por alguien con muy buena puntería y mala baba.

Al verlo dejo de gritar, pero no me libro de un par de tomates en la cara. Me quito las gafas para comprobar los daños y siento un fuerte impacto en el ojo. Escuece muchísimo. Miro alrededor intentando descubrir quién ha sido para vengarme, pero es imposible. Por si no tenía suficiente, algún vecino guasón saca una manguera y empieza a repartir agua. “Oé oé oé”, “A-gua, a-gua”, grita eufórica la multitud.

“Ten cuidado porque a las tías normalmente les intentan quitar las camisetas”, me advierte un valenciano cuando ve que tiro hacia abajo. Tengo suerte: nadie se encapricha de la mía, pero otras empiezan a volar de un lado al otro de la calle, junto a pantalones y zapatillas.

En un momento dado empieza una pelea y se forma una avalancha. Pierdo una chancla, me tiran a un lado, no puedo respirar, me meten mano por todos lados con descaro y se me dispara el corazón. A codazo limpio, huyo corriendo hacia arriba.

Pocos minutos después, disparan el cohete que marca el fin de la batalla campal y el inicio de la retirada. Son las 12.00 horas. He sobrevivido.

viernes, 22 de agosto de 2008

Entre serpientes de peluche



Ando perdida de un lado al otro hasta que el ángel de la guarda -hoy reencarnado en Isabel, mi becaria favorita de Público- aparece a lomos de un coche para rescatarme.

“Nos están esperando unos amigos para cenar”, pronuncia antes de salir disparada en un rally urbano durante el que ignoramos semáforos y señales de tráfico para llegar cuanto antes.

Con el primer bocado, entiendo las prisas: una cena tan deliciosa no se podía dejar enfriar. Sus amigos -y las serpientes de peluche con las que viven- me parecen maravillosos hasta que respondo incorrectamente a la pregunta “tú eres heterosexual, ¿no?”. Uno propone arrojarme por el balcón. Los demás secundan la idea con risas malignas. Tras lograr escapar, huyo a Jerez de la Frontera.

Empinando el codo en Jerez

Un silencio húmedo y oscuro invade la bodega. El olor del vino fermentando emborracha la piel. Caminamos despacio por el suelo de arena, observando cómo la escasa luz que atraviesa los ventanales ilumina las telarañas de las botas. Es un espacio sobrecogedor. Nos alejamos del grupo para estar solos, pero la guía nos llama la atención. Nos devuelve a la realidad.

Mi compañero de piso, David, y una duende preciosa llamada Elisa, han bajado hasta Jerez de la Frontera para regalarme un fin de semana enológico, con el claro fin de emborracharnos como cubas. Ahora estamos en el interior de las bodegas Gonzalez Byass, conocidas popularmente como Tío Pepe. Las más grandes, las más turísticas, las que más se asemejan a un parque temático del fino, el vino por excelencia de esta ciudad.

Hasta los ratones, presentes en cualquier bodegas, se han convertido aquí en objeto fotografiable: han aprendido a subir escaleras y beber vino oloroso de una pequeña copa. Hoy, el escándalo formado por las 30 personas de nuestro grupo, disuade a cualquier roedor de asomar la cabeza. Es más, si yo fuese ratón estaría muerto de miedo entre tantos pies.

No entendemos por qué tenemos que subir a un trenecito eléctrico cursi para recorrer menos de 500 metros. Tampoco porque tiene que atravesar el jardín, destrozándolo. Una voz aguda explica a través de los altavoces que el lago de la finca “fue un regalo del fundador a su mujer, Vittorina, que era una gran amante (de la botánica)” y sus siguientes palabras se confunden con nuestras risas.

Seguimos riéndonos en la degustación final, servida en un decorado de feria de abril. Nos acabamos nuestra botella pero tenemos mucha más sed. A medida que los vecinos van levantándose de sus sillas damos el cambiazo a sus botellas medio llenas. Las vaciamos una tras otra. Hasta que nos quedamos solos. Nos apagan las luces. Y salimos de allí para seguir bebiendo por la ciudad. Finos, amontillados, olorosos y lo que se nos ocurra.

Las bodegas hacen negocio con las visitas pero cierran los domingos. Es una más de las paradojas gaditanas. El dinero no parece una prioridad. Tampoco el tiempo para desplazarse: no hay tren directo entre Málaga y Cádiz y el único autobús en recorrer los 220 kilómetros entre la primera y Jerez de la Frontera tarda seis horas. Por esta broma macabra, me he perdido la visita a Pedro Domecq, “donde nos han dejado perdernos por la bodega, ha sido maravilloso”, explica entusiasmado David pasada la medianoche.

“Se nos ha quedado muy corto”, dice uno. “Tenemos que volver entre semana”, dice otro. “Evitar viajar en agosto”, dice el tercero. Soñamos la revancha de regreso al hotel. Abrazados y borrachos.

Atracción fatal

Málaga empieza terriblemente mal: con una medusa agarrada a mi muslo derecho. Ya es la segunda que este verano se lanza sobre mí y no puedo entender la atracción fatal que mis piernas mal cuidadas ejercen sobre ellas cuando tienen a su disposición auténticas preciosidades, con pulseras tintineando en los tobillos y uñas esmaltadas de rojo cereza.


Sigue peor: dos horas después del ataque de un pelágico gelatinoso me encuentro en la cola de un súper. Cinco tíos delante con 3 botellas de whisky, una de ron y cinco de coca-cola. Tres tíos detrás con 24 cervezas. Los dos grupos apestan ya a alcohol, gritan eufóricos y repasan de arriba a abajo a cuanta hembra entra en el establecimiento. Encajada en un sandwich entre unos y otros estoy yo, con un paquete de tampax en la mano.

Cuando logro salir veo que el centro de Málaga se ha convertido en un macrobotellón. Sólo son las seis de la tarde, pero el suelo está barnizado con una capa húmeda y pegajosa sobre la que las chanclas patinan peligrosamente. Salto un mini -o maceta, como le llaman aquí- de kalimotxo frente a mí. Esquivo un vómito a la izquierda, una meada a la derecha. Me pongo de puntillas para pisar lo menos posible un líquido no identificado. Estoy nerviosa, lo único que quiero -y sé que no puedo conseguir- es un baño limpio.

Gire por la calle que gire, todas desembocan en escenarios clonados. Quiero preguntar a alguien cuál es la única salida al laberinto pero me miran como un bicho raro: “pero quédate, guapaaa”. Perfecto.
Unos campeones de slalom me cuelgan una flor roja en el pelo "para que esta morenaza se venga con nosotros". Les acompaño en su zigzag callejero hasta que se despistan enseguida con una rubiaza.

Al fondo, aún lejos, distingo la salida del infierno botellónico. Es también la entrada a una galaxia paralela, poblada de flamencas pizpiretas y hombres encamisados que van o vuelven de las casetas de la Feria. Estén donde estén, a la que oyen sevillanas se arrancan a bailar.

jueves, 21 de agosto de 2008

Habitación con vistas a una grúa

¿Tienes bluetooth?


“Mi-ni-mo-no. Who is minimono?”. Escucho sin dar crédito. Me freno en seco. ¿Quién conoce mi álter ego digital? ¿Cómo lo conoce? ¿Por qué lo pronuncia en Almería? Miro alrededor y veo un grupo extraño, formado por dos japonesas y tres jóvenes con rastas rubísimas, aparentemente nórdicas.

Tienen que haber sido las japos, que son seres tecnológicamente superiores al resto de los mortales. Ellas también me han visto. Me miran y esta vez me preguntan directamente: “Are you minimono? Abro aún más los ojos, me acerco tímida y hago un gesto afirmativo con la cabeza.

Imagino que ahora me revelarán con qué nuevo gadget de realidad virtual están jugando y me dejarán probarlo. Pregunto emocionada. Pero la respuesta es mucho más simple: “Nos estábamos enviando fotos de un móvil al otro por bluetooth y de repente has aparecido tú en nuestras pantallitas”.

“Claro, ¿cómo no había caído?”. Minimono es también el nombre con el que bauticé mi teléfono, lo había olvidado. Tampoco me acordaba de que siempre llevo el bluetooth activado, una costumbre que tomé al vivir en el otro lado del mundo, donde me pasaba el día intercambiando de todo entre teléfonos amigos.

La risa de Yuko y Ami es contagiosa y pronto estamos las seis apoyadas contra la pared, con lágrimas en los ojos. Están en la fase etílica de exaltación de la amistad y yo me dejo querer. Les cuento las aventuras de trotamun2 y vuelven las risas. Cuando pueden hablar, me dicen que ellas nos ganan, que saben vivir con mucho menos de 30 euros al día. Ante mi mirada incrédula, empiezan a revelar trucos para conocer mundo sin (casi) un duro en el bolsillo.

Ideas para conocer mundo (casi) gratis


Las japonesas se inscribieron en la web de Workaway. A cambio de ayudar a pintar una casa y hacer de niñeras por las mañanas tuvieron comida, alojamiento y clases de flamenco gratuitas dos semanas. A las nórdicas les dieron techo y comida en las Alpujarras durante el mes en el que trabajaron como voluntarias rurales de WWOOF en una granja.

Se plantearon couchsurfear por Europa pero querían quedarse al menos 15 días en un sitio fijo. “Y yo”, suspiro, “no dejo de soñar con mis próximas Vacaciones Inmóviles”. Al decirlo, visualizo una hamaca, dos vasos helados de vino blanco, cuatro manos, seis botifarres, libros en el jardín, y a lo lejos, un bosque de coníferas que desciende hasta el Mediterráneo.

A cambio de mantener en secreto el paradero del lugar soñado, las invito a tapear en mi taberna favorita. Hay que celebrar que, por un día, soy más rica que mis acompañantes. La noche acaba tarde, muy tarde. Con poco dinero, muchas amigas, chocolate con churros para todas e intercambio de muñecos para los móviles que permitieron conocernos.

Contorsiones de circo

“Sube la cabeza. Pega el brazo izquierdo a tu cuerpo. Saca más el culo. ¿Puedes pasar el pie derecho por encima de la toalla? Vale, yo así creo que estoy bien. Y tú?”. El pirata y yo no estamos haciendo prácticas de contorsionismo para acceder a las pruebas de un circo, aunque lo parece. Llevamos más de una hora intentando encontrar una postura que nos permita dormir en la parte trasera de la furgoneta.

Para aumentar el nivel de dificultad, hemos aparcado en cuesta. Aunque la colchoneta sobre la que dormimos es aterciopelada y no resbala, mi cerebro decide que no es una postura natural para dormir y no da la orden de apagar el interruptor por más que se lo suplico. Cuento ovejitas, tampoco funciona. Intento leer, pero no hay luz suficiente. Vencida, salgo fuera.

Llega hasta allí el sonido ibicenco de la rave. Se ven a lo lejos centenares de cabezas moviéndose al unísono. Tienen un par de horas por delante. La full moon party de Benitatxell (Alicante) no acabará hasta el amanecer. Cuando amanezca hará calor. Si hace calor, no podré dormir. Vuelvo a entrar. Vuelvo a contar ovejitas. Vuelvo a dar vueltas. Y, de repente, milagrosamente, logro desconectar.

Un sueño cumplido: pisar Benidorm
Por la mañana iniciamos el descenso hacia Almería por carreteras costeras secundarias. La primera parada obligatoria es Benidorm, una ciudad en la que todas sus calles superpobladas huelen a crema solar.

Elegimos a un bar al azar y llegamos en un momento clave para la historia del deporte español: la final olímpica de tenis. “E-pa-ña, E-pa-ña”, “Ese Rafa, ese Rafa, oé”, animan los más de cien espectadores. La mayoría ha entrado sin camiseta y, con cada movimiento eufórico para celebrar un punto de Nadal, arroja a su alrededor parte de la arena que lleva pegada al cuerpo. Cuando el tenista español vence, salimos corriendo por miedo al hundimiento súbito del bar.

La Costa del Ladrillazo

Seguimos hacia abajo, admirando la masacre arquitectónica de la costa y los anuncios paradisíacos de promotoras. Al entrar en la comunidad de Murcia, se añaden mares de plástico. Sólo desaparecen muchos kilómetros después, en el parque natural del Cabo de Gata.

Cuando llegamos, está a punto de anochecer. Le invito a cenar frente a un mar sin rascacielos, para darle las gracias por haberme transportado, alimentado, cuidado y dormido durante estos días. Elegimos una cala preciosa para dormir. Desierta. Sólo se oye el rumor del mar. Ponemos la colchoneta en la arena. Nos tumbamos. Todo parece perfecto, pero no lo es: hace demasiado frío. Cuando no nos queda ya más ropa que echarnos por encima, miramos hacia la furgoneta. No queremos dormir allí. Nos miramos y uno de los dos murmura: “¿Es inevitable, no?”. Poco después, reiniciamos las contorsiones.

Menú de fiesta valenciana

El puente del 15 de agosto se podía recorrer la Comunitat Valenciana de fiesta en fiesta. Elegir, por ejemplo, una procesión de la virgen de la Asunción como entrante, comer una paella popular, de postre acercarse a un puerto para revivir el desembarco de los cristianos, cenar fideuà y arriesgarse a perder varios dedos entre los petardos de una mascletà antes de salir a bailar al ritmo de una orquesta.

Hay tantos pueblos adornados con el escudo de los cristianos y la media luna árabe que los diarios regionales han seleccionado sólo los mejores 50. Dispuesta a no parar, leo los programas con un rotulador rojo entre los dedos. Pero cinco minutos después ya tengo un motivo más para envidiar a mi compañero Javier: no sólo disfruta de temperaturas que permiten comer helados sin que se derritan y se baña en aguas sin medusas, sino que puede asistir a conciertos de grupos de renombre.

La elección por estas tierras está complicada: dudo entre el espectáculo musical Movimentsway Show Dance la Magia del Baile en el campo de fútbol de Turís, a uno de variedades con mascletà en Albalat dels Tarongers o a la macrodisco móvil de Sot de Chera, en la que prometen go-gos, streepers y fiesta de la espuma. Ante semejante oferta, el pirata y yo nos decantamos por cenar primero una fideuà en Ribarroja y després ja veurem.

El alcalde saluda a la afición

Llegamos en el momento justo: los cocineros anuncian que la comida ya está lista a los centenares de espectadores hambrientos que aguardan impacientes detrás de una valla. Entra en acción el alcalde, que estaba calentando en la banda, saluda a la afición, se arremanga y sirve el primer plato entre vítores.

Ya sólo le quedan por servir 999 raciones, o lo que viene a ser lo mismo, 99, 9 kilogramos de pasta. Son las cantidades que me ha soplado un cocinero cuando, con la intención de saltarme la cola, he dicho que era periodista y he enseñado la cámara de fotos y una libretita. He salido de allí con dos platos bien cargados y nos hemos dirigido a unas mesas de plástico con sillas de plástico, vasos de plástico y cubiertos de plástico que había allí cerca.

Ningún crítico gastronómico aprobaría la fideuà a menos que fuese amigo del alcalde o llevase, como en mi caso, dos semanas a base de bocatas y tapas.

Podríamos haber disfrutado de una maravillosa velada amenizada por la orquesta Golden allí mismo. Pero quisimos arriesgarnos a probar el plato más indigesto del menú: “Espectáculo musical con la actuación humorística Los Quillos, Almudena (de Gran Hermano), la vedette Rocío Madrid y Vicente Seguí (de Operación Triunfo)" en Torrent. Por suerte para nosotros, aunque dimos vueltas y vueltas por todo el pueblo, no logramos encontrarlo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Chica reencuentra a chico



Los últimos dos días caben en una línea de guión architípico: chica reencuentra a chico después de X días sin verse. El escenario fue Cuenca. Anochecía. Añadiré, por si alguien sigue interesado, que elle le vio antes de que él la viese. Describiré al protagonista: moreno, con aros en las orejas, barba de tres días, lascivia de sátiro y pose canalla, parecía recién salido de una nave pirata de siglos atrás. Al verle, el cuerpo de ella tembló. Quizás jugó con ventaja sólo dos segundos, pero bastaron para que, al girarse, la encontrase con una sonrisa de victoria clavada en la boca.


Ella llevaba más de diez horas dando vueltas de autobús en autobús cuando finalmente aterrizó en esa ciudad manchega. Por eso, se imaginó pisoteando las cabezas de los pasajeros del autobús que tenía delante o rompiendo la ventana con el martillo de emergencia para ganar unos segundos en estrellarse contra sus brazos, tirarle al suelo y empezar a lamerle. Pero se contuvo. Bajó lentamente, saboreando su impaciencia, dejando que la viese acercarse hasta chocar sonoramente contra sus labios.


Les faltaron manos, lenguas y uñas en el camino eterno a una posada que resultó ser un antiguo convento. Era blanca. Austera. Quieta. Con ventanas enrejadas. Tapetes en los muebles. Cancelas en las puertas.


No les importó. Sólo girar la llave por dentro, un golpe seco rompió el silencio monacal.


Bajaron a desayunar a la mañana siguiente. Dormidos, pero desesperadamente hambrientos, casi mareados. Concentrada en devorar fruta, muesli, yogur, huevos y demás ingredientes inexistentes en sus últimos trece desayunos, la conversación de los vecinos le parecía tan sólo un rumor lejano, del que les llegaban las palabras pronunciadas con más énfasis. “... pegar ojo...”, le decía una mujer a otra. “Poca vergüenza “, respondía la interlocutora. “...madrugada, gemidos, azotes, gritos...”, remarcaba la narradora.


Disimuladamente, la protagonista se tapó las rodillas, algo azuladas. Le miró para comprobar que ninguna marca sobresalía de su camiseta blanca. Sonrieron cómplices. Se levantaron poco a poco, sin hacer ruido. Recogieron, pagaron y salieron a la calle.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Jamón de Trevélez

Todo Trevélez huele a jamón serrano. El olor se cuela dentro del autobús con las ventanillas cerradas. Los pasajeros teníamos la boca hecha agua antes de bajar. Y la salivación se acentuó muchísimo al descender y ver patas de cerdo curadas por todas partes: balanceándose con el viento en tiendas situadas a ambos lados de la carretera, expuestas en jamoneros en restaurantes, tapadas con un paño en casas particulares y dibujadas en carteles por todos lados.

En el mirador del Barrio Alto, con Trevélez a mis pies, pedí una caña con los dedos cruzados. SLlegó segundos después con la tapa deseada:

Perseidas

Antonio grita y su voz atronadora, duplicada por el eco, se extiende por el barranco de Poqueira. Su rebaño, de casi 500 cabezas, se detiene en el acto y cambia el rumbo hacia donde el
pastor quiere. Hace algunas décadas, en la vertiente sur de Sierra Nevada (Granada) había miles de cabras y ovejas. Ahora sólo se ven las suyas.

“Pertenezco a un mundo en peligro de extinción”, dice con una mueca tragicómica, mostrando sus manos callosas y curtidas por el sol. “Cuando era chico cultivábamos trigo y centeno aquí mismo y teníamos mucho más ganado. No bajábamos al pueblo durante meses. Ningún joven quiere esta vida hoy en día”, explica con calma, caminando juntos por el atajo que me ha enseñado para llegar al refugio Poqueira, a 2.500 metros de altitud.

Con el sombrero de paja señala, barranco abajo, un águila que vuela en círculos. Poco después, su mirada se dirige hacia unas rocas cercanas, sobre las que se ha encaramado un grupo de cabras montesas. Cuando tenemos que cruzar un arroyo, me indica qué piedras pisar.

Antonio conoce palmo a palmo estas montañas, en las que ha vivido toda su vida. “La sierra también ha cambiado”, sentencia, “antes había nieve todo el año en la cima, granizaba siempre alguna vez en verano, llovía mucho más. La tierra es cada vez más yerma”.


Cuando tomamos caminos distintos y desaparece detrás de una loma, me quedo sola en mitad del barranco. No me muevo. A lo lejos se ve el Mediterráneo. Se intuye África. Hay un silencio absoluto, sólo roto por esporádicas ráfagas de viento. Es viento seco, de poniente y silba con fuerza al chocar contra las rocas. Me hace tiritar bajo el grueso jersey de lana, aunque sólo son las cuatro de la tarde y ninguna nube oculta el sol.

Soy la primera en llegar ese día al refugio, así que me identifico y dejo mis cosas encima de una minicolchoneta pegada a otra minicolchoneta en la que no sé quién dormirá (pero sí quién me gustaría que durmiese). Y vuelvo a salir.

El mapa señala que el río Mulhacén queda cerca, tomando el sendero del oeste, y veinte minutos después se escucha ya el rumor del agua. Hay pisadas previas que siguen su curso, río abajo, hasta pozas profundas. Me desnudo y, uno, dos, tres, splashhh. Sin tiempo para contar a la inversa, salgo corriendo, temblando y congelada.

Los montañeros aparecen en el refugio a las cinco y desaparecen a las diez. Después, vuelvo a estar sola en mitad del barranco. No se oye nada, excepto el viento. Miro al cielo. Cae la primera estrella fugaz y pido un deseo. Cae una segunda y repito el mismo. Y vuelvo a hacerlo por tercera vez, antes de cerrar los ojos y evocar el ruido que hacen sus pendientes cuando los muerdo.

Fuegos artificiales

No mires hacia abajo. No-mires-hacia-abajo. Nomireshaciaabajo. Siento cómo el vértigo me invade, poco a poco, todo el cuerpo. Ha sido suficiente mirar un segundo hacia el fondo del barranco de Poqueira. Una mirada de reojo, sólo con el rabillo del ojo, como cuando veo películas de terror. Ajeno a mi miedo, el autobús sigue serpenteando hacia arriba, más y más alto tras cada curva.

Ese mismo barranco huele a pólvora esta noche. Los fuegos artificiales de Capileira iluminan de colores el precipicio mientras el ruido de cada cohete rebota en las montañas lejanas y vuelve vuelve vuelve...

Cita a ciegas

Bip bip. La pantalla del móvil se ilumina. He pedido a toda mi lista de contactos si conocían a alguien en Granada. La única respuesta que recibo parece invitarme a una cita a ciegas. “Ve a la tetería Alquimia que hay entre la calle San Antón y Alahamar y pregunta por A. Dile que vas de mi parte y de A. Es de confi. Pásalo bien en Graná”, dice el sms.

No hay ni un lugareño a quien preguntar, todos han huido a la playa. La oficina de turismo está cerrada, es sábado por la noche. Los guiris tienen mapas pero, desconfiados, se aferran a ellos como si fuesen un tesoro. Sólo me dejan ojearlos durante unos segundos, insuficientes para localizar el cruce que busco. Cuando, finalmente, logro llegar hasta allí, es demasiado tarde: el que está bajando la persiana me dice que A. acaba de irse a otra tetería.

Le pregunto cómo llegar. Suelta de corrido una ristra de indicaciones a las que contesto “sí, ah, vale, veces sí, ajá, sí, perfecto, gracias” pero que en realidad significan, “tío, no me estoy enterando absolutamente de nada. Pero buen rollito”.

Paso de intentar llegar. Es el hombre el que tropieza dos con la misma piedra, no la mujer. Opto, en cambio, por deambular de barra en barra tomando cañas. Parece un objetivo fácil pero, en los pocos bares abiertos, se apiñan los turistas unos encima de otros. Lograr alargar una mano hasta el borde de la barra y levantar en el aire un vaso de cerveza hasta el lugar donde espera mi garganta acaba muchas veces en el derrame de parte de su contenido sobre cabezas desconocidas. Ante las miradas de odio, mi mano tiembla cada vez que repito la operación con la tapa correspondiente.

Llevo una mezcla curiosa de bebida y comida en el estómago cuando aparezco, por casualidad, en la calle Elvira. Es una calle irreal. No sólo por la ausencia insólita de guiris, sino porque el mundo entero se ha encogido para caber allí.

“¿Quieres una ºpelícula? Tengo todas las nuevas”, me pregunta un chaval con una sonrisa de oreja a oreja. “A ver qué tienes”, le contesto y nos sentamos a las puertas de un kebab cercano, con dos limonadas con hierbabuena. Mientras repaso toda la colección, me habla de su Gambia natal, de música africana, de su familia, del hermano que murió intentando llegar a España.

Él se aleja con un DVD menos en la mochila. Yo ando más despacio.

Pocos pasos después, se me presenta Omar y susurra: “Chica guapa, ¿quieres hachís?”. Digo que no y siguen lloviéndome ofertas. “¿Quieres un novio?”, pregunta un pakistaní regalándome una rosa y haciéndome reir.

Al fondo de la calle, en la última esquina, encuentro la tetería que había decidido no buscar. A. me espera sentada en las escaleras.

sábado, 9 de agosto de 2008

Los desconocidos nunca abrazan

Abrió la puerta. Recorrí el piso con la mirada. Aún de pie, me ofreció un vaso de agua. Nos sentamos al borde de la cama, casi sin mirarnos mientras nos desnudábamos.


Noté que su piel era suavísima. También fueron suaves -en exceso- los besos y roces que acompañaron al breve acoplamiento. Se alejó de mis piernas con el condón lleno de semen, las cerré llenas de deseo saciado sólo levemente.


No salí corriendo porque mi albergue quedaba demasiado lejos. Después me arrepentí. Los desconocidos nunca abrazan. Y eso me impide dormir.


Nos sentamos al borde de la cama, casi sin mirarnos mientras nos vestíamos. Ya de pie, me ofreció un vaso de agua. Recorrí el piso con la mirada. Abrió la puerta.

viernes, 8 de agosto de 2008

Adiós al tipín de sílfide

“A ésta la llaman la Avenida de los elefantes”, dice José Manuel cuando nos acercamos en su coche al estadio del Betis. “¿Sabes por qué?”, pregunta y respondo que no. “Porque van toos los del Betis moviendo la cabesa y disiendo 'no puede , no puede sé'”. Me río con ganas, admirando la gracia de los sevillanos. Ni los 42 grados que marcan los termómetros les quitan las ganas de bromear.

José Manuel no es familia directa pero como si lo fuera. Ve en mi visita una ocasión para devolver la generosidad con la que le acogieron en casa hace diez años. Y como buen andaluz, lo hace a lo grande, tirando la casa por la ventana. El banquete que improvisa ante mis ojos casi me hace llorar, después del hambre feroz que he pasado en Mérida.

Chocos. Puntillas. Boquerones. Mero al limón. Cazón en adobo. Chanquetes. Mejillones tigre. Gambas en gabardina. Pimientos rojos. Olivas andaluzas, grandes y amargas. Chicharrones. Montaditos de jamón y de gambas con ali-oli. Ríos de cerveza helada. La mesa parece un espejismo.

Empiezo a comer igual que los camellos beben agua, guardando provisiones para un futuro incierto. Pero la montaña de comida no disminuye y el placer empieza a convertirse en una pesadilla infantil, recordando que no podré salir a jugar hasta que no deje el plato reluciente.

“Come, que no has comío ná”, oigo cada vez que suelto el tenedor. ¿No ven que me estoy hinchando? Si lo ven, les da igual. “Come, come, ¿no te gusta?” Que sí me gusta, pero no puedo más. Quiero chillar.

Me hincho tanto que intento escapar de allí rodando, pero me detienen cerca de la puerta: ¿Dónde vas? Vuerve aquí shosho, que queda el postre”. Cuando logró dar el último lametón al macrohelado me siento como un globo verde de piñata. Estoy segura que de un momento a otro vendrá alguien a golpearme con un palo y explotaré, salpicando a todos los que tenga cerca.

Es triste de robar pero más triste es ligar por un trozo de pan

Un hombre me soltó que quería estar con una mujer, otro sugirió que parásemos el coche para ver los pinos, otro insultó a los catalanes en mi presencia, otro dijo que en Granada hay demasiados moros, otro me ofreció dinero por acompañarle, otro me dijo que si él fuese mi novio no me dejaría ir sola por ahí y me tendría encadenada.

Cada vez que alguno de los desconocidos que he encontrado por el camino soltó una de esas perlas, yo tenía en la mano una cerveza/bocata/coca-cola/comida/agua a la que me habían invitado. No se lo tiré por encima, no me fui, no les devolví los insultos. Me tragué el asco con una sonrisa de niña tonta y esquivé como pude la situación.

Pero tengo muy claro que prefiero robar que prostituir mis orejas por un trozo de pan.

Público también censura

Hoy, que se han inaugurado los Juegos Olímpicos de China después de meses de críticas por la censura, escribo un ejemplo infinitamente más cercano:

La dirección de Público me ha censurado un artículo en el que explicaba que había hecho uso de la sabiduría popular difundida por Yomango para sobrevivir con los 30 euros al día que me dan. Es decir: robé en un supermercado y lo conté. Lo escribí para el suplemento de agosto, donde me habían pedido, explícitamente, que fuese gamberra. Los jefes ni siquiera se han querido poner al teléfono para explicarme personalmente los motivos, que me parecen de lo más divertidos:

Es vulgar
Pero les encantaría que me acostase con un desconocido y lo contase.

Es fácil
¿Alguno de ellos ha sentido el subidón de adrenalina miedo sudor de manos nerviosismo que te recorre el cuerpo cuando te escondes algo en el bolso y pasas al lado de un segurata armado con porra y esposas?

Va en contra de mi ética
¿Y quererme dar 30 euros al día para que sobreviva en España en agosto no va en contra de la suya? ¿Qué sabrán ellos de mi ética?

Perjudica la imagen de la empresa
Todo el mundo a quien le he contado la historia hasta ahora a dicho que los de Público son unos ratas y les ha criticado un montón. Los del súper ni se enteraron.

“Qué atrevida es la ignorancia”, dirían los viejunos del lugar.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Haciendo el hikikomori en Mérida

Cuando veo Mérida en el horizonte, me pellizco para estar segura de que no es un espejismo. He salido hace más de ocho horas de Aracena (Huelva) en el bólido de Miguelito, que pilla los 60 kilómetros por hora en las subidas -“creo que no tira porque le falta una pieza del motor”, se justifica- y hemos tardado una eternidad en llegar a un lugar de Extremadura llamado Zafra.

Las cuatro horas de espera en ese pueblo desierto habían empezado a derretirme y fusionarme para siempre con el asfalto pringoso de sus calles desiertas. El paso de estado sólido a líquido queda interrumpido por la llegada del tren pero, cuando finalmente subo al vagón, parte de Zafra me acompaña agarrada a la suela de las chanclas.

Sin pensar demasiado que el hostal de Mérida está a 2 kilómetros de la estación de Renfe, empiezo a arrastrarme, con la mochila a cuestas y Murphy cerca: el edificio está al final de una cuesta. Pronuncio mi nombre con un hilo de voz, entrego el DNI y recibo una llave. Al abrir la puerta y ver que mi cubículo individual de 4x2 tiene aire acondicionado, televisión y conexión a Internet, tomo una determinación: mañana no me sacan ni a rastras hasta que no se ponga el sol.

Como buena hikikomori quiero encargar una pizza y pedir que la dejen frente a la habitación 102; pasar el dinero por debajo de la puerta y cuando oiga que los pasos del repartidor se alejan, abrir un segundo, cogerla y volver a meterme en mi refugio. Lo intento, pero el hostal está tan lejos que queda fuera de la zona de reparto.

Miro desde mi ventana tamaño cárcel. El hostal cuesta todo mi presupuesto diario más dos euros así que no puedo ir al restaurante de la izquierda y pedir comida para llevar. A la derecha está el Mercadona y quedan 15 minutos para que cierren.

Me peino, me pongo un vestidito formal y salgo corriendo con mi bolso vacío. En los pasillos del hipermercado empiezo a llenarlo, de forma disimulada, de queso de oveja, jamón de jabugo, salmón ahumado y albahaca mientras coloco una barra de pan y tres tomates en la cesta oficial. “Son dos con 2'10” dice la cajera. Pago y atravieso la puerta de salida lo más tranquila posible en dirección a mi cubículo.

Encerrada de nuevo en mi cubículo, con un bocata de salmón, queso, tomate y albahaca en una mano y jamoncito del bueno en la otra, doy las gracias a los amigos de Yomango que me enseñaron a comer de vicio gratis.

Me conecto a Internet y busco una fiesta virtual en la que hacer amigos para compartir la experiencia. Pero como es mi primera vez y no sé dónde buscar, no encuentro a nadie. Dicen los metereólogos que la ola de calor se acaba ya. Si aciertan, prometo que para la próxima crónica habré salido de esta habitación.