Atraviesas el ciprés fúnebre y llegas al paraíso. Sólo queda el mar, muy lejos, escondido entre la bruma, y una montaña, otra, otra y otra, cada vez más próximas, por las que tirarse rodando y llenarse el pelo y la ropa de tomillo, flores y hierba. Más cerca aún, tanto que lo puedes tocar, crece un olivo que me hizo pensar en la Sicilia de Camillieri y una mimosa ya sin flores bajo la que plantamos dos tumbonas y empezamos a planear cómo no regresar.
Voy a dar clases en este Máster a partir de septiembre
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Hace 1 mes
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