lunes, 28 de julio de 2008

Myanmar a flor de piel

Al oler el jabón de arroz y jazmín bajo la ducha,



reaparecen las vendedoras de guirnaldas a las puertas de la Shwedagon Pagoda, el tintineo de miles de campanillas, el sabor ácido de la lima recién exprimida en el bol de mohinga, el recuerdo de que los primeros fideos shan que probé en una tetería de Yangón,

el conductor de rickshaw que me habló sin miedo de sus noches encarcelado, la luz rojiza que transformaba al city café de Mandalay en un burdel soñado,

el despertar en un monasterio budista con los mantras recitados por monjes novicios, una noche con estrellas y luciérnagas, el sonido atronador de una tormenta monzónica,

la hoja de betel que me llenó la boca de un sabor amargo y desconocido, la oscuridad silenciosa que sigue a un corte de electricidad, el tiempo de plastelina,

una calada a un puro de hierbas birmano, las enormes montañas entre las que reposa el lago Inle, el agua empapando a una niña con una flor en el pelo en una estación…