domingo, 26 de enero de 2014

Gelman: pájaro, flor, violín

Un pájaro vivía en mí./ Una flor viajaba en mi sangre. Mi corazón era un violín. / Quise o no quise. Pero a veces/ me quisieron. También a mí/ me alegraban: la primavera,/ las manos juntas, lo feliz./ ¡Digo que el hombre debe serlo!/ (Aquí yace un pájaro./ Una flor./ Un violín!)
Epitafio (1985). Juan Gelman.

Cuando pienso en Madrid y Barcelona (no en las ciudades, sino en los seres amados que las habitan y a los que vuelvo una esperada vez al año), me asalta este poema: 

Ausencia de amor
Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.
Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobre cristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.


Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.


Seré lo que debiera. 
Tu pie. Tu mano.
 
Gelman resucita fugazmente con cada verso releído. Reviven también su honestidad y compromiso ante los que no dudan en querer decidir sobre nuestros úteros, nuestros cuerpos, nuestras mentes y en hacer desaparecer (hasta 30.000 personas en sólo siete años) a quien les resulta incómodo.


María la sirvienta

Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años,
era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos,
pero lo importante fue que en la valija le encontraron
un niño muerto de tres días envuelto en diarios de la casa.


Qué manera era esa de pecar de pecar,
decían las señoras acostumbradas a la discreción
y en señal de horror levantaban las cejas
con un breve vuelo no desprovisto de encanto.


Los señores meditaron rápidamente sobre los peligros
de la prostitución o de la falta de prostitución,
rememoraban sus hazañas con chiruzas diversas
y decían severos: desde luego querida.


En la comisaría fueron decentes con ella,
sólo la manosearon de sargento para arriba,
pero María se ocupaba de soñar,
los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia de lágrimas.


Había mucha gente desagradada con María
por su manera de empaquetar los resultados del amor
y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia
o por lo menos francamente la haría menos bruta.


Aquella noche las señoras y señores se perfumaban
con ardor
pero el niño que decía la verdad,
por el niño que era puro,
por el que era tierno,
por el bueno, en fin,
por todos los niños muertos que cargaban en las valijas
del alma
y empezaron a heder súbitamente
mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.

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