miércoles, 20 de febrero de 2008

Quieres que te haga un güaguis, mi vida?

Tenemos tres horas por delante cuando arranca el autobús de Marrakech a Essaouira y los asientos de al lado— sea por el destino, intervención divina, despiste del autobús o regalo de no-cumpleaños — están vacíos.


Intercambiamos miradas, susurros y manos esperando que al rozarnos salga de su escondite en la lámpara algún lugareño maldito. Pero todo sigue igual. Incrédulos, pero salidos como perros, después de la parada en el bar-del-amigo-del-conductor seguimos sin vecinos de autobús. Y volvemos a mirarnos, susurrarnos y manosearnos.


Estoy ardiendo cuando me tumbo sobre sus rodillas, con su chaqueta enorme por encima, cubriéndome de la cabeza a la cintura. No veo absolutamente nada aunque tengo los ojos abiertos. Pero le noto empalmadísimo al rozarle por encima del fino pantalón de casi verano. El olor es muy fuerte y excitante también. Acerco la boca, esperando que sienta el calor húmedo que desprende. Y lo siente. El botón ya está desabrochado. Le bajo la cremallera despacio, meto una mano —la izquierda, por eso de ser zurda— y le agarro la polla, primero suave, luego menos suave, después incluso con un poco de fuerza y cada vez más. Está enorme, caliente, a punto de explotar. La palpo lentamente hasta el final, la recorro con la lengua hasta donde permite el pantalón, sería demasiado escandaloso sacarla, demasiado atrevimiento. Cuando finalmente cambio de idea, él no se mueve, está quieto y silencioso como una estatua. Me muero de calor bajo su chaqueta y daría lo que fuese por ver su cara mientras le masturbo lo más despacio posible para disimular cada movimiento. Exasperantemente despacio también, mi lengua entera se desliza arriba y abajo de su verga durísima, notando con claridad las venas hinchadas, entreteniéndose en el glande, antes de no poder resistir la tentación de metérmela en la boca. La retiro rápido porque es evidente que chupársela va a ser demasiado descarado pero ya estoy demasiado excitada para que me importe. Repito. Un poquito más dentro. Un poquito más. Hasta que noto que me agarra un brazo y me quedo petrificada, dudando si si su gesto significa que pare o que siga, mientras me doy cuenta que estoy empapada, ahogándome de calor, impregnada de un olor acre y penetrante, y pasados unos segundos sigo chupándosela, moviendo ya cada vez menos despacio la mano y dándole nada lentos y pequeños lametones en el glande. Finalmente explota sin el más mínimo gemido. Y noto cómo la boca y la garganta se llenan de semen antes de tragarlo todo. Y relamerme los labios.


(...)


La mejor mamada de mi vida, me dijo al recuperar el habla. Cierto o no, me encantó escucharlo.

2 comentarios:

confin dijo...

menos mal que sin los labios repletos de púas.

minimono dijo...

Ni con los ganchitos de velcro :)