miércoles, 6 de mayo de 2009

Comer, beber y amar en Madeira

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Desde la cima del Areeiro, a 1.800 metros de altitud sobre el Atlántico, un mar de nubes blancas oculta el norte de la isla de Madeira. Debajo hay bosques de laurissilva de millones de años de antigüedad, con árboles de laurel y til milenarios cubiertos de barbas de líquenes que aparecen y desaparecen entre la niebla.

Se puede pasear entre ellos a través de las levadas (canales de riego), que fueron construidas a partir del siglo XVI por esclavos y presos, excavando en roca viva decenas de túneles para permitir el paso del agua entre las montañas. Y abriéndole camino al borde de acantilados.

Y además de caminar caminar y caminar (montaña arriba, montaña abajo, tunel a través) o tirarte por cañones, te puedes hinchar a pescado (el espada es el pez estrella)o a pinchitos de carne (se llaman espetada) y de postre tomar los maravillosos dulces portugueses y emborracharte con caipiriñas de maracuyá (moder las pepitas es un vicio).

Algunas pistas, aunque me quedó mucho por descubrir:

Dormir mirando al Atlántico
Estalagem Ponta do Sol. Un garito muy relajado, animado, con fiestas electro de luna llena y unas vistas sobre el Atlántico de impresión.

Probar el espada a la plancha
En el Vila do Peixe, encima de la bahía del pueblecito de pescadores Camera de Lobos (en recuerdo de los lobos marinos que los portugueses asesinaron al llegar a la isla)

Zamparse una espetada gigante cuando llevas una semana a pescado
En el restaurante Adega da Quinta (Quinta do Streito)

Bañarse en las piscinas naturales del antiguo enclave ballenero de Porto Moniz

Pasear por el barrio antiguo de Funchal, coger el teleférico para ver la capital desde arriba y zigzaguear por toda la isla, descubriendo flores y plantas que hasta entonces sólo había visto en libros.

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