jueves, 23 de febrero de 2012

Choque brutal (de tren y realidad)


En el corazón mestizo de Buenos Aires, en Once, un barrio popular, bullicioso, alegre, musical, lleno de tiendas de ropa baratas e inmigrantes latinos,


varios de los vagones en los que viajaban casi 2.000 personas se plegaron ayer como si en vez de formar parte de un resistente tren fuesen piezas de un frágil acordeón. En su interior quedaron sepultados decenas de pasajeros. Otros quedaron atrapados entre lo que que hasta un segundo antes del accidente eran puertas, ventanas, asientos, barras, suelos, techos y ahora, en cambio, sólo un amasijo de hierros. Los más afortunados sólo se cayeron al suelo por la fuerte sacudida, aterrizando unos sobre otros, magullándose, hiriéndose superficialmente, y logrando salir, solos o con ayuda, por alguna de las ventanas con los cristales rotos.




No vi ningún muerto. Ni a nadie atravesado por los hierros. Ni siquiera heridos graves. Sólo me crucé con supervivientes y con padres hermanos novios hijos con el alma en vilo por no saber si sus seres queridos estaban entre los muertos. Pero las miradas confusas, perdidas, llenas de pánico aún de los primeros y las lágrimas, el dolor, los nervios y la esperanza soterrada de los segundos no me deja dormir.


Tanto tiempo encerrada en una redacción se me había olvidado lo difícil que es ver el sufrimiento ajeno y después alejarte de él, como si no pasase nada. Pasar, pasa, y ya de noche, con el bitxito dormido, se me saltan las lágrimas.

1 comentarios:

Tina Paterson dijo...

Pensamos en vosotros. Ánimo y añoranza.
D.