lunes, 25 de junio de 2007

Lo más ultramegasuperextrabrillante

Lo más de lo más... En la iglesia desfile de hombres clónicos con chaqué y corbata azul eléctrico y de mujeres de colores ácidos de temporada, subidas sobre taconazos pértiga, adornadas con perlas —o collarines del famoso oso amoroso las más peques— y con los pelos más planchados que en los anuncios y superordenados en tupés de mayor o menor altura.

Firmados, llenos de arroz y de pétalos de rosa, subidos en un rolls royce negro con lazos blancos y posados en fondos bucólicos para fotos de amor eterno, los novios ofrecieron en un gigantesco carísimo inmaculado jardín multitud de delicatessen de la tierra, acto seguido una obligatoriamente excesiva cena, la tarta nupcial (digerida con Möet Chandon por eso de boicotear el cava), los puros y, tras algún recatado beso ante la petición de las mesas más jóvenes y revueltas, abrieron el baile con un imprescindible vals vienés.

Llegado a ese punto del guión tradicional, me tomé con discreción media pastillita rosa para olvidar, volar, aguantar despierta, creer al día siguiente que había sido una pesadilla o lo que fuese...

Aún no sé como, cuando mis ojíbilis empezaban a dilatarse aparecieron por ahí otros dos pies desubicados, iluminados por dos ojazos azules que me miraron curiosos, me rozaron los dedos de la mano al pasarme un porrito y poco después me siguieron hasta el oscurísimo final final final del jardín... la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios...

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