Ayer subía en motorino a Montjuïc recordando el cine de verano en Gandía, las programaciones dobles en un cineclub improvisado al aire libre con centenares de sillas iguales apretadísimas la una contra la otra, donde las películas solían aburrirme mucho más que las manos adolescentes e impacientes, a veces incluso anónimas, de alrededor, y las imágenes se mezclaban con risas, bofetadas, palomitas, chucherías, refrescos, chillidos en las películas de terror y brazos que corrían a abrazarlos, miedos, descubrimientos, chicles y piruletas que te dejaban los labios rojísimos o la lengua azul terminal, náuticos que buscaban entrecruzarse con tímidas sandalias, colonias juveniles elegidas por las madres, besos virginales, todo condensado semanalmente en cuatro horas.
martes, 3 de julio de 2007
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