Nos acercamos al telo con la batería parpadeando, advirtiendo que está a punto de agotarse debido a los últimos días de idas y venidas, nervios y estrés acumulados.
Queremos dormir, y dormiríamos, pero su boca busca la mía, mi mano su nuca, sus labios mi oreja, mis muslos su polla, su rodilla mi coño y así no hay señal de alerta que sea escuchada; en el cerebro sólo cabe la necesidad de desnudarnos y follar con urgencia. Me empuja contra la pared y siento el frío del yeso en mi boca entreabierta, en los hombros, en las tetas, y el calor de su polla entrando y saliendo de mi coño empapado, mientras sus manos me agarran del culo y me tiran del pelo obligándome a echar la cabeza hacia atrás y a escucharle.
Cuando nos abalanzamos sobre la cama, la reserva de energía está ya tan baja que sólo soy capaz de memorizar unas cuantas embestidas antes de caer a su lado, cerrar los ojos y recuperar así una raya de batería, la mínima necesaria para ducharnos, vestirnos y salir de allí.
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