jueves, 9 de agosto de 2007

El extraño

Acaba la película "El extraño", de Phillipe Loiret, y los pocos que estamos en la sala más allá de la medianoche nos hundimos en las butacas. Nadie se mueve. Nadie casi respira. Nadie busca su móvil. Y el acordeón que acompaña los títulos de crédito se clava en la piel.

Fuera de la sala, está una Barcelona de agosto inusualmente fría, con suelos mojados por la lluvia, calles silenciosas y carteles omnipresentes de "cerrado por vacaciones". Quizás por eso se cuelan aún con más fuerza las tormentas que azotan a ese faro aislado en mitad del océano y a quienes vigilan desde allí que no se apague. En la soledad del faro —e incluso de la isla— basta con intercambiar miradas que significan miles de palabras calladas. Contagiada, me muero por preguntarle al de la fila de detrás si le ha gustado la película pero sólo le miro y le sonrío.

Después cierro los ojos y Antoine me recuerda a ti, a tu misterio, a tu sonrisa, a tu forma tan intensa de escuchar y también a nuestras conversaciones hechas de biorritmos gemelos. Y entonces lo único que quiero es que vengas y me aprietes fuerte contra ti, como una ola salvaje estrellándose contra ese faro del fin del mundo.

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