jueves, 21 de agosto de 2008

¿Tienes bluetooth?


“Mi-ni-mo-no. Who is minimono?”. Escucho sin dar crédito. Me freno en seco. ¿Quién conoce mi álter ego digital? ¿Cómo lo conoce? ¿Por qué lo pronuncia en Almería? Miro alrededor y veo un grupo extraño, formado por dos japonesas y tres jóvenes con rastas rubísimas, aparentemente nórdicas.

Tienen que haber sido las japos, que son seres tecnológicamente superiores al resto de los mortales. Ellas también me han visto. Me miran y esta vez me preguntan directamente: “Are you minimono? Abro aún más los ojos, me acerco tímida y hago un gesto afirmativo con la cabeza.

Imagino que ahora me revelarán con qué nuevo gadget de realidad virtual están jugando y me dejarán probarlo. Pregunto emocionada. Pero la respuesta es mucho más simple: “Nos estábamos enviando fotos de un móvil al otro por bluetooth y de repente has aparecido tú en nuestras pantallitas”.

“Claro, ¿cómo no había caído?”. Minimono es también el nombre con el que bauticé mi teléfono, lo había olvidado. Tampoco me acordaba de que siempre llevo el bluetooth activado, una costumbre que tomé al vivir en el otro lado del mundo, donde me pasaba el día intercambiando de todo entre teléfonos amigos.

La risa de Yuko y Ami es contagiosa y pronto estamos las seis apoyadas contra la pared, con lágrimas en los ojos. Están en la fase etílica de exaltación de la amistad y yo me dejo querer. Les cuento las aventuras de trotamun2 y vuelven las risas. Cuando pueden hablar, me dicen que ellas nos ganan, que saben vivir con mucho menos de 30 euros al día. Ante mi mirada incrédula, empiezan a revelar trucos para conocer mundo sin (casi) un duro en el bolsillo.

Ideas para conocer mundo (casi) gratis


Las japonesas se inscribieron en la web de Workaway. A cambio de ayudar a pintar una casa y hacer de niñeras por las mañanas tuvieron comida, alojamiento y clases de flamenco gratuitas dos semanas. A las nórdicas les dieron techo y comida en las Alpujarras durante el mes en el que trabajaron como voluntarias rurales de WWOOF en una granja.

Se plantearon couchsurfear por Europa pero querían quedarse al menos 15 días en un sitio fijo. “Y yo”, suspiro, “no dejo de soñar con mis próximas Vacaciones Inmóviles”. Al decirlo, visualizo una hamaca, dos vasos helados de vino blanco, cuatro manos, seis botifarres, libros en el jardín, y a lo lejos, un bosque de coníferas que desciende hasta el Mediterráneo.

A cambio de mantener en secreto el paradero del lugar soñado, las invito a tapear en mi taberna favorita. Hay que celebrar que, por un día, soy más rica que mis acompañantes. La noche acaba tarde, muy tarde. Con poco dinero, muchas amigas, chocolate con churros para todas e intercambio de muñecos para los móviles que permitieron conocernos.

0 comentarios: