sábado, 16 de junio de 2012

Borrando huellas

Salimos. 

Minutos después, alguien abre la puerta, empuja el carrito, entra, abre las cortinas y las ventanas de par en par, cierra la puerta. Por un momento abandona los gestos mecánicos y mira a través del espejo a su alrededor, preguntándose cómo es posible desordenar una habitación así en sólo un par de horas (¿en su casa armarían tanto quilombo?), pero no gasta tiempo en responderse y vuelve a la rutina: 

Tira a lavar las toallas usadas y en una bolsa de basura los botes de gel y champú semigastados, pasa un chorro de agua por la bañera y coloca tres toallas limpias y dobladas, con dos botecitos nuevos encima, en uno de los extremos (¿por qué usaron las tres? ¿Se ducharon solos o por separado? ¿lo hicieron por higiene, por costumbre, por placer o para borrar cualquier rastro del otro en sus cuerpos adúlteros? Unos tanto, otros tan poco... casi ni se acuerda de la última vez que su piel quedó impregnada de sexo, está segura de que no fue durante los últimos polvos con su gordo, esos antes de separarse, demasiado cortos e insulsos para provocar ningún olor). Pasa la fregona algo distraída.

Entra rápido en la habitación, se agacha para recoger las fundas de condones que han quedado por el suelo y las almohadas que se han caído, recoloca la alfombra, devuelve la cama a su lugar original, borra las huellas de unas palmas que han quedado en lo alto del cabezal, retira las sábanas manchadas de sangre (¿follaron mientras ella tenía la regla? ¿hay algo que les dé asco?) y las substituye por otras inmaculadas, dejando la cama otra vez perfecta, sin ninguna arruga. Se lleva al bolsillo de la bata los condones abandonados sobre la mesita (para la otra limpiadora) y tira la caja (XL, ¿cómo será de grande?, ¿le habrá hecho daño?, ¿le habrán dado arcadas?). 

Mira el reloj, 22 minutos ya. Aspira con prisa el suelo. Mira a su alrededor, todo parece en orden, pero en el último vistazo descubre las marcas de cuatro manos en la pared, se acerca con un trapo para eliminarlas y borra también el rastro de lo que debió ser parte de un cuerpo femenino aplastado allí mismo.

Tira el trapo al carrito, lo empuja hacia la salida, cierra las ventanas, corre las cortinas, abre la puerta y sale de una habitación oscura por la que nunca ha pasado nadie.