viernes, 22 de agosto de 2008

Empinando el codo en Jerez

Un silencio húmedo y oscuro invade la bodega. El olor del vino fermentando emborracha la piel. Caminamos despacio por el suelo de arena, observando cómo la escasa luz que atraviesa los ventanales ilumina las telarañas de las botas. Es un espacio sobrecogedor. Nos alejamos del grupo para estar solos, pero la guía nos llama la atención. Nos devuelve a la realidad.

Mi compañero de piso, David, y una duende preciosa llamada Elisa, han bajado hasta Jerez de la Frontera para regalarme un fin de semana enológico, con el claro fin de emborracharnos como cubas. Ahora estamos en el interior de las bodegas Gonzalez Byass, conocidas popularmente como Tío Pepe. Las más grandes, las más turísticas, las que más se asemejan a un parque temático del fino, el vino por excelencia de esta ciudad.

Hasta los ratones, presentes en cualquier bodegas, se han convertido aquí en objeto fotografiable: han aprendido a subir escaleras y beber vino oloroso de una pequeña copa. Hoy, el escándalo formado por las 30 personas de nuestro grupo, disuade a cualquier roedor de asomar la cabeza. Es más, si yo fuese ratón estaría muerto de miedo entre tantos pies.

No entendemos por qué tenemos que subir a un trenecito eléctrico cursi para recorrer menos de 500 metros. Tampoco porque tiene que atravesar el jardín, destrozándolo. Una voz aguda explica a través de los altavoces que el lago de la finca “fue un regalo del fundador a su mujer, Vittorina, que era una gran amante (de la botánica)” y sus siguientes palabras se confunden con nuestras risas.

Seguimos riéndonos en la degustación final, servida en un decorado de feria de abril. Nos acabamos nuestra botella pero tenemos mucha más sed. A medida que los vecinos van levantándose de sus sillas damos el cambiazo a sus botellas medio llenas. Las vaciamos una tras otra. Hasta que nos quedamos solos. Nos apagan las luces. Y salimos de allí para seguir bebiendo por la ciudad. Finos, amontillados, olorosos y lo que se nos ocurra.

Las bodegas hacen negocio con las visitas pero cierran los domingos. Es una más de las paradojas gaditanas. El dinero no parece una prioridad. Tampoco el tiempo para desplazarse: no hay tren directo entre Málaga y Cádiz y el único autobús en recorrer los 220 kilómetros entre la primera y Jerez de la Frontera tarda seis horas. Por esta broma macabra, me he perdido la visita a Pedro Domecq, “donde nos han dejado perdernos por la bodega, ha sido maravilloso”, explica entusiasmado David pasada la medianoche.

“Se nos ha quedado muy corto”, dice uno. “Tenemos que volver entre semana”, dice otro. “Evitar viajar en agosto”, dice el tercero. Soñamos la revancha de regreso al hotel. Abrazados y borrachos.

1 comentarios:

Tina Paterson dijo...

Realmente mi foto haciendo el pino con el fondo del botellón de tío pepe, con tu fotográfica sombra era mucho más publicable.
Estos maquetadores!
jajajajaj
D.