jueves, 21 de agosto de 2008

Contorsiones de circo

“Sube la cabeza. Pega el brazo izquierdo a tu cuerpo. Saca más el culo. ¿Puedes pasar el pie derecho por encima de la toalla? Vale, yo así creo que estoy bien. Y tú?”. El pirata y yo no estamos haciendo prácticas de contorsionismo para acceder a las pruebas de un circo, aunque lo parece. Llevamos más de una hora intentando encontrar una postura que nos permita dormir en la parte trasera de la furgoneta.

Para aumentar el nivel de dificultad, hemos aparcado en cuesta. Aunque la colchoneta sobre la que dormimos es aterciopelada y no resbala, mi cerebro decide que no es una postura natural para dormir y no da la orden de apagar el interruptor por más que se lo suplico. Cuento ovejitas, tampoco funciona. Intento leer, pero no hay luz suficiente. Vencida, salgo fuera.

Llega hasta allí el sonido ibicenco de la rave. Se ven a lo lejos centenares de cabezas moviéndose al unísono. Tienen un par de horas por delante. La full moon party de Benitatxell (Alicante) no acabará hasta el amanecer. Cuando amanezca hará calor. Si hace calor, no podré dormir. Vuelvo a entrar. Vuelvo a contar ovejitas. Vuelvo a dar vueltas. Y, de repente, milagrosamente, logro desconectar.

Un sueño cumplido: pisar Benidorm
Por la mañana iniciamos el descenso hacia Almería por carreteras costeras secundarias. La primera parada obligatoria es Benidorm, una ciudad en la que todas sus calles superpobladas huelen a crema solar.

Elegimos a un bar al azar y llegamos en un momento clave para la historia del deporte español: la final olímpica de tenis. “E-pa-ña, E-pa-ña”, “Ese Rafa, ese Rafa, oé”, animan los más de cien espectadores. La mayoría ha entrado sin camiseta y, con cada movimiento eufórico para celebrar un punto de Nadal, arroja a su alrededor parte de la arena que lleva pegada al cuerpo. Cuando el tenista español vence, salimos corriendo por miedo al hundimiento súbito del bar.

La Costa del Ladrillazo

Seguimos hacia abajo, admirando la masacre arquitectónica de la costa y los anuncios paradisíacos de promotoras. Al entrar en la comunidad de Murcia, se añaden mares de plástico. Sólo desaparecen muchos kilómetros después, en el parque natural del Cabo de Gata.

Cuando llegamos, está a punto de anochecer. Le invito a cenar frente a un mar sin rascacielos, para darle las gracias por haberme transportado, alimentado, cuidado y dormido durante estos días. Elegimos una cala preciosa para dormir. Desierta. Sólo se oye el rumor del mar. Ponemos la colchoneta en la arena. Nos tumbamos. Todo parece perfecto, pero no lo es: hace demasiado frío. Cuando no nos queda ya más ropa que echarnos por encima, miramos hacia la furgoneta. No queremos dormir allí. Nos miramos y uno de los dos murmura: “¿Es inevitable, no?”. Poco después, reiniciamos las contorsiones.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que daría yo por escaparme ahora a una playita desierta... Qué suerte tienes