martes, 13 de noviembre de 2007

Juegos peligrosos (o cinco días de tortura)

en esos días no dormí y no me acuerdo de casi nada, excepto quizás que me releí de un tirón las Amistades peligrosas sin ni siquiera salir de la biblioteca...

¡Cuando me acuerdo del día de ayer! ¿qué digo? ¡de ayer noche! ¡aquel mirar tan halagüeño! ¡aquella tierna voz! ¡aquello de apretarme la mano! y al mismo tiempo estaba proyectando huir de mí. ¡Oh, mujeres, mujeres! ¡quejaos si os engañan! Pero, sí; cualquiera perfidia que se empleen con vosotras es un robo que os hacen.

¡Qué gusto tendré en vengarme! Yo volveré a encontrar a esta pérfida mujer; yo volveré a tomar mi imperio sobre ella. Si el amor no me ha bastado para hallar los medios, ¿qué no haré auxiliado de la venganza? La veré todavía a mis rodillas trémula y bañada en lágrimas, gritar con una voz encantadora: ¡perdón! y yo seré inexorable.

¿Qué hará ahora? ¿y en qué pensará? Quizás se está jactando de haberme engañado; y, fiel al gusto de su sexo, este placer le parecerá más dulce. Lo que la virtud más ponderada no ha podido lo ha conseguido sin esfuerzo el espíritu de astucia. ¡Insensato! yo temía a su cordura, su mala fe era lo que debía temer.

¡Y verme obligarlo a devorar mi sentimiento! No atreverme a manifestar sino un tierno dolor, cuando tengo el corazón lleno de rabia. ¡Tener que reducirme a suplicar todavía a una mujer rebelde, que se ha sustraído a mi imperio! ¿Deberé humillarme hasta ese punto? ¿Y por quién? por una mujer tímida y que jamás se ha ejercitado en los combates. ¿De qué me sirve haberme establecido en su corazón, después de haberla abrasado con todo el fuego del amor, haber llevado hasta el delirio la turbación de sus sentidos, si tranquila en su retiro, puede hoy engreírse de su huida más bien que yo de sus victorias? ¿Yo lo subiré, amiga mía? usted no lo cree, no tiene usted formada de mí una idea tan baja. ¡Pero la fatalidad me arrastra hacia esta mujer! ¿Tantas otras no desean mis obsequios? ¿No se apresurarán a corresponder a ellos? ¿Aunque ninguna pudiera competir con ésta, el cebo de la variedad, el encanto de nuevas conquistas, el brillo de su número, no ofrecen placeres bastante dulces? ¡Ah! ¿por qué?... Yo lo ignoro, pero lo experimento con vehemencia.

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